Cuando salí del restaurante, pasé por el Boca Canoa y vi, a través de los cristales, que Teressa estaba sentada, sola, con una bebida de vaso largo frente a ella. La pobre tenía una cara fatal, pese a que no parecía quedar rastro de la resaca. Entré y me senté a su lado, tomé su mano y me miró con ojos de perro abandonado.
—Filip ahora está con ella —dijo después de un momento.
—¿Qué? No, no puede ser. Rubí tiene un novio y no creo que…
—¿Crees que eso le importa? Seguro que su pobre novio tiene la cornamenta de un… ¿cómo se llama?... Alce, eso. La cornamenta de un alce.
—¿Por qué