Mundo ficciónIniciar sesión~ Amalia ~
El silencio de la habitación en la clínica privada de L'Ombra era tan tenso que podía sentirlo vibrar en mis oídos. El pitido de los monitores era la única música que acompañaba mis días y mis noches. Habían pasado setenta y dos horas desde que el despacho de Dante se convirtió en un matadero, y setenta y dos horas desde que vi a Marco Moretti ser arrastrado hacia la oscuridad de la justicia que él mismo había evadido durante décadas. Dante estaba allí, pálido sobre las sábanas blancas, con el pecho vendado y el hombro inmovilizado. Parecía tan frágil que me costaba recordar al hombre que había movido los hilos de toda una ciudad. Sus ojos estaban cerrados, pero sus manos se movían inquietas sobre la sábana, como si incluso en sueños estuviera librando una batalla. — Deberías descansar, Amalia. — La voz de Eleanor me sacó de mi trance. Se acercó a mí con una bandeja de café y me puso una mano en el hombro. Eleanor también llevaba las marcas de la guerra, un vendaje en la frente y el brazo envuelto en un yeso, pero su mirada hacia Dante era de una lealtad que me seguía conmoviendo. — No puedo. — Respondí, mi voz sonando ronca, desgastada por la falta de sueño. — Siento que si parpadeo, todo esto desaparecerá. Siento que el precio de la verdad ha sido demasiado alto. — Marco está bajo custodia federal, Amalia. Marcus se encargó de que las pruebas que tú y Dante reunieron llegaran a las manos adecuadas, el imperio de los Moretti, tal como se conocía, ha muerto. Ahora... ahora solo queda lo que Dante decida construir sobre las ruinas. — ¿Y mi padre? — Pregunté, sintiendo ese nudo familiar en la garganta. — Los médicos dicen que hay una leve respuesta cerebral. — Eleanor me dio una pequeña sonrisa de esperanza. — Parece que saber que el hombre que lo atacó está tras las rejas le ha dado una razón para luchar por despertar, Dante se aseguró de que tuviera los mejores especialistas del mundo. Incluso cuando estaba sangrando en ese observatorio, su primera orden fue garantizar la seguridad del hospital de tu padre. Sentí que las lágrimas quemaban mis párpados. La culpa seguía ahí, una sombra persistente, había pasado tanto tiempo odiando al hombre equivocado que no sabía cómo procesar la gratitud que sentía ahora. De repente, un gemido bajo vino de la cama. Dante estaba abriendo los ojos, parpadeando con dificultad bajo la luz tenue de la habitación. Eleanor retrocedió un paso, dándome el espacio que sabía que necesitaba. — Amalia... — Susurró él. Su voz era apenas un hilo, pero tenía la fuerza suficiente para detenerme el corazón. Me acerqué y tomé su mano sana. Estaba fría, pero sus dedos se cerraron sobre los míos con una desesperación que me rompió el alma. — Aquí estoy, Dante, no me he ido. Él me miró durante un largo rato, recorriendo mi rostro como si estuviera memorizando cada detalle. Sus ojos se detuvieron en el pequeño corte que yo tenía en la mejilla, una herida de la batalla final. — ¿Él... se ha ido? — Preguntó, refiriéndose a su padre. — Marco nunca volverá a tocarte, Dante. Ni a ti, ni a nadie, se acabó. Él soltó un suspiro largo, un suspiro que parecía haber estado guardando durante años. Sus hombros se relajaron contra las almohadas y, por primera vez, vi una sombra de paz en su rostro. Pero esa paz duró poco, sus ojos se llenaron de una tristeza antigua y profunda. — Te hice daño, Amalia. — Dijo, su voz quebrándose. — Te arrastré a mi oscuridad, te obligué a ser alguien que no eras, todo lo que quería era protegerte, pero terminé convirtiéndote en una pieza de mi propia guerra familiar. — No me obligaste a nada, Dante. — Respondí, acariciando su mano. — Yo elegí el camino de la venganza por mi cuenta, si algo aprendí en ese despacho, es que no somos nuestros padres. Tú no eres Marco, y yo no soy solo la hija de una víctima, somos lo que elegimos ser a partir de ahora. Dante me atrajo hacia él con un esfuerzo visible. Me senté en el borde de la cama, cuidando de no lastimarlo, y apoyé mi frente contra la suya. El drama de los últimos meses, las mentiras entre la venganza y el amor, todo parecía convertirse en este momento de silencio. — No sé cómo ser un hombre normal, Amalia. —Confesó él en un susurro. — No sé cómo vivir sin un arma bajo la almohada o sin enemigos en cada esquina, he pasado tanto tiempo siendo el escudo de L’Ombra que no sé qué queda de mí cuando la sombra se disipa. — Pues lo descubriremos juntos. — Le aseguré. — Porque yo tampoco sé quién soy sin mi odio, tendremos que aprender a caminar de nuevo, lejos de los contratos de sangre y las oficinas secretas. Permanecimos así un tiempo, dos almas rotas tratando de encontrar una forma de encajar. Pero el drama no nos dejaría tan fácilmente. La puerta se abrió bruscamente y Marcus entró, con el rostro más serio que de costumbre. — Señor, tenemos un problema, algunos de los capitanes leales a Marco no aceptan la entrega de las pruebas. Están moviendo fondos y armamento, creen que usted es un traidor a la familia. Dante cerró los ojos y apretó los dientes. La guerra, aunque el villano principal hubiera caído, siempre dejaba rescoldos ardiendo. — Déjalos que vengan, Marcus. — Dijo Dante, su voz recuperando ese tono de mando que me hacía vibrar. — Ya no tengo miedo de perder el trono. Solo tengo miedo de perder lo que realmente importa, Amalia, quiero que salgas de la ciudad hoy mismo. Marcus te llevará a la casa de campo en Connecticut, estarás segura allí hasta que yo termine de limpiar este desastre. — ¡No! — Exclamé, poniéndome de pie. — No voy a huir mientras tú te quedas aquí herido y solo. Si vas a pelear por lo que queda de este imperio para convertirlo en algo limpio, lo harás conmigo a tu lado, no más secretos, Dante. Dante me miró con una mezcla de frustración y un amor tan intenso que me dejó sin aliento. Se dio cuenta de que ya no podía darme órdenes, de que ya no era su prisionera ni su socia forzada. Era su igual. — Eres un peligro para mi salud mental, Barnes. — Dijo con una sonrisa cansada y hermosa. — Y tú eres un peligro para mi corazón, Moretti. —Respondí, dándole un beso suave en los labios que selló nuestro nuevo pacto. La batalla por el alma de la ciudad y por nuestro futuro aún no había terminado, pero mientras estuviéramos juntos, las mentiras ya no tenían poder sobre nosotros. Estábamos listos para enfrentar las cenizas y ver qué flores podían crecer en ellas.






