Mundo ficciónIniciar sesión~ Amalia ~
El ambiente en el despacho de L’Ombra era irrespirable. El aire estaba saturado de pólvora, el olor metálico de la sangre y el aroma del tabaco caro que Marco Moretti fumaba con una calma que me revolvía el estómago. Estábamos rodeados, los hombres de Marco, mercenarios de la vieja guardia con ojos de tiburón, nos apuntaban con rifles automáticos. Dante estaba a mi lado, respirando con dificultad, su camisa blanca ahora era casi completamente roja, pero mantenía su arma firme, apuntando directamente al corazón de su padre. Marco se levantó de la silla de cuero, esa silla que Dante había usado con tanta rectitud, y caminó alrededor del escritorio con la elegancia de un depredador que sabe que su presa no tiene escapatoria. — Mírate, Dante. — Dijo Marco, su voz era un susurro lleno de veneno. — Herido por la misma mujer que intentabas proteger ¿No ves la ironía? Te has vuelto débil, blando, el apellido Moretti no se construyó con piedad, se construyó con la sangre de aquellos que estorbaban, como el padre de esta niña. — ¡Cierra la boca! — Rugió Dante, y el esfuerzo le provocó una mueca de dolor que le hizo hincar una rodilla en el suelo. — ¡Dante! — Grité, intentando acercarme, pero el cañón de un rifle se hundió en mis costillas, obligándome a retroceder. — Déjala, Marco. — Siseó Dante, tratando de recuperar el equilibrio. — Esto es entre tú y yo, ella no tiene nada que ver con tus pecados. — Al contrario, hijo mío. Ella tiene todo que ver, ella fue la distracción perfecta. Mientras tú jugabas a ser el salvador de una abogada caída en desgracia, yo recuperaba el control de las rutas de Nueva Jersey. Yo soy quien mueve los hilos, Dante, tú solo eras el actor principal en una obra que yo mismo escribí. Marco se detuvo frente a Eleanor, que seguía atada y sollozando en silencio, con un movimiento rápido y cruel, Marco le puso la punta de su navaja en la mejilla. — ¿Sabes qué es lo más divertido, Amalia? —Marco me miró, con una sonrisa que me heló la sangre— Tu padre era un hombre valiente, cuando le ofrecí el trato para lavar el dinero de mi nueva mercancía, me miró a los ojos y me dijo que prefería morir antes que ver su ciudad inundada de veneno. Así que cumplí su deseo, pero Dante... Dante siempre fue el sentimental. Intentó detener el ataque, intentó salvarlo enviando a sus propios hombres, si tu padre sigue en coma y no muerto, es por culpa de la debilidad de mi hijo. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero esta vez no eran de tristeza, sino de una furia abrasadora. Todo este tiempo, Dante había sido el ángel de la guarda de mi padre, mientras yo lo cazaba como si fuera el demonio. — Eres un monstruo. — Dije, mi voz temblando de odio puro. — Soy un Moretti. — Corrigió Marco con frialdad. — Y ahora, voy a terminar lo que empezamos en ese observatorio, pero esta vez, quiero que Dante vea cómo se apaga la última luz de su vida. Marco hizo una señal a sus hombres. El que me sostenía me obligó a arrodillarme junto a Dante. Marco sacó una pistola de oro de su cinturón y la amartilló, apuntando a mi cabeza. — ¡No! — Gritó Dante, lanzándose hacia adelante a pesar de su hombro destrozado. Pero Marcus, que había estado esperando el momento exacto, se liberó de sus ataduras con un tirón brutal. Había ocultado una pequeña cuchilla en su bota. Con un movimiento fluido, Marcus derribó al guardia que custodiaba a Eleanor y gritó. — ¡Ahora! Fue el caos absoluto. Dante, usando su último aliento de energía, no disparó a los guardias, sino que disparó a la lámpara del techo. El cristal estalló, llenando la habitación de humo. Me lancé al suelo, rodando hacia el escritorio, mientras las balas silbaban sobre mi cabeza. Vi a Dante luchar cuerpo a cuerpo con uno de los mercenarios, usando su arma como un mazo porque ya no podía apretar el gatillo con la mano derecha. — ¡Amalia, la salida de emergencia! — Gritó Eleanor, que ya estaba libre gracias a Marcus. — ¡No sin Dante! — Grité de vuelta, recogiendo una pistola del suelo. En medio del humo y los gritos, vi a Marco intentar escapar por la puerta trasera del despacho.. El hombre que había destruido mi familia, que había engañado a su propio hijo y que ahora intentaba huir como una rata, no podía permitirlo. Corrí entre los muebles destrozados, ignorando el dolor de mis propios moretones. Marco me vio y disparó dos veces, las balas rozando mi brazo, pero yo no me detuve. Mi entrenamiento, mi odio y mi amor por Dante se fusionaron en un solo impulso. Le disparé en la pierna. Marco cayó al suelo con un grito de dolor, soltando su pistola de oro. Me acerqué a él, con el arma apuntando directamente a su frente. El gran Marco Moretti ahora me miraba con miedo, el sudor frío perlaba su frente canosa. — Házlo. — Me desafió, con un resto de arrogancia. — Termina el trabajo de tu padre, demuestra que eres como nosotros. Dante llegó a mi lado, apoyándose en el marco de la puerta, jadeando, con la cara cubierta de sangre y sudor. — Amalia... — Susurró él, mirándome con una súplica silenciosa en los ojos. No quería que yo me convirtiera en una asesina, no quería que cargara con el peso de la muerte de su padre. Miré a Marco. Miré a Dante. Y luego, miré mis propias manos, manchadas con la sangre de un hombre que sí valía la pena salvar. — No — Dije, bajando el arma. — Matarte sería demasiado fácil, Marco. Vas a vivir para ver cómo Dante desmantela todo lo que construiste, vas a ver cómo tu imperio se convierte en cenizas desde una celda fría, esa será tu verdadera muerte. Dante se acercó y me tomó la mano, entrelazando sus dedos con los míos. El contacto fue el ancla que me salvó de la oscuridad. Marcus y Eleanor aparecieron detrás de nosotros, con los guardias leales de Dante asegurando la habitación, habíamos ganado. Pero la victoria tenía un sabor amargo. Dante se desplomó contra mi hombro, sus fuerzas finalmente agotándose. — Lo logramos... — Susurró antes de cerrar los ojos. — Quédate conmigo, Dante. — Supliqué, sosteniéndolo con todas mis fuerzas. — Por favor, quédate conmigo, la guerra ha terminado. El despacho de L’Ombra estaba en ruinas, pero en medio de la destrucción, por primera vez en años, sentí que podía respirar. El secreto de Marco estaba fuera, Dante estaba a mi lado y, aunque el futuro era incierto y lleno de cicatrices, ya no estábamos solos en la tormenta.






