Mundo de ficçãoIniciar sessão~ Amalia ~
Dante intentó levantarse de nuevo, pero esta vez sus piernas fallaron. El dolor de su hombro y la fiebre que aún persistía lo obligaron a sentarse pesadamente en la cama, con el rostro cubierto de sudor frío. — ¡Maldita sea! — Rugió, golpeando la barandilla de metal con su mano sana. — Marcus ¿Cuántos son? — Al menos tres furgonetas han bloqueado la entrada sur, Señor. — Respondió Marcus, revisando su ametralladora con una calma glacial. — El capitán Varga lidera el ataque. Dice que no se irá hasta que tenga su cabeza y los archivos originales que Amalia preparó. Varga. El nombre resonó en mi cabeza. Era el hombre más violento de Marco, un sicario que disfrutaba del caos. Miré a Dante y luego a la ventana, donde las luces de las furgonetas empezaban a iluminar el patio de la clínica. — No van a tener nada. — Dije, tomando la pistola que Marcus me había entregado minutos antes. — Dante, no puedes pelear así, Eleanor, saca a Dante por el ascensor de servicio, Marcus y yo los detendremos en el vestíbulo. — ¿Estás loca? — Dante me tomó de la muñeca, sus ojos brillando con una furia protectora. — No voy a dejar que te enfrentes a Varga. Él no sabe de leyes ni de códigos, te matará solo por el placer de hacerlo. — Él no sabe quién soy yo realmente. — Respondí, soltándome de su agarre con suavidad. — Creen que soy la abogada indefensa, esa es nuestra única ventaja, Eleanor ¡Muévete! Eleanor asintió, con el rostro pálido pero firme. Ayudó a Dante a sentarse en una silla de ruedas, mientras él maldecía entre dientes por su propia impotencia. Ver a Dante Moretti, el hombre que una vez me pareció un titán invencible, reducido a esa fragilidad por protegerme a mí, me dio una fuerza que no sabía que poseía. — Amalia... — Susurró Dante mientras Eleanor lo empujaba hacia la salida. — Si te pasa algo, quemaré esta ciudad hasta que no queden ni las cenizas. — Entonces asegúrate de estar vivo para verme cuando termine. — Le respondí con un beso rápido que sabía a despedida y a promesa. Marcus y yo bajamos por las escaleras de emergencia. El silencio del edificio era sepulcral, interrumpido solo por el eco de nuestros pasos. Al llegar al vestíbulo, vimos cómo las puertas de cristal estallaban bajo el impacto de una ráfaga de balas. El ruido fue ensordecedor, una lluvia de diamantes rotos que cubrió el suelo de mármol. Varga entró caminando con una arrogancia que me revolvía el estómago. Era un hombre macizo, con cicatrices que contaban historias de una vida dedicada al crimen. — ¡Moretti! — Gritó Varga, su voz resonando en la habitación. — ¡Sal Y muere como un hombre, o quemaremos esta clínica con todos los enfermos dentro! Marcus se posicionó tras una columna de mármol y yo me oculté detrás del mostrador de recepción. Mi corazón latía con tanta fuerza que sentía que iba a escaparse de mi pecho, pero mis manos, para mi sorpresa, estaban firmes. — No está aquí, Varga. — Gritó Marcus, abriendo fuego. — Y tú no vas a pasar de esta puerta. El tiroteo se desató con una furia brutal. Las balas destrozaban los muebles, los jarrones de flores y las paredes, convirtiendo el santuario de curación en un campo de exterminio. Marcus era una máquina de guerra, pero eran demasiados. Vi cómo uno de los hombres de Varga intentaba flanquear a Marcus por la derecha. Sin pensarlo, me asomé sobre el mostrador y disparé. El hombre cayó con un grito, y por un segundo, Varga clavó su mirada en mí, su sonrisa era aterradora. — ¡La abogada! — Rió Varga, disparando en mi dirección. — ¡Marco dijo que eras valiente, pero no me dijo que eras una suicida! Las balas de Varga astillaron la madera del mostrador, obligándome a agacharme. Sentía el polvo de los paneles en mis pulmones. La situación era desesperada, sabíamos que no podíamos aguantar mucho más tiempo antes de que nos rodearan por completo. Pero entonces, un sonido metálico retumbó desde el piso superior. El ascensor de servicio se abrió, pero no salió Dante, salieron los hombres de la nueva guardia, jóvenes que Dante había reclutado y que creían en su visión de un imperio limpio. No se habían ido, habían estado esperando la señal de Marcus. — ¡Por el Señor Moretti! — Gritó uno de ellos, lanzando una granada de humo que llenó el vestíbulo de una nube gris. En medio de la confusión, el combate se volvió cuerpo a cuerpo. Marcus se lanzó contra Varga con una ferocidad animal. Yo aproveché el humo para moverme, buscando una salida o una posición mejor. Fue entonces cuando vi a Varga zafarse de Marcus y apuntar hacia el ascensor, creyendo que Dante intentaría bajar. No lo pensé, salí de mi escondite y corrí hacia él, tacleándolo con todo mi peso. Caímos al suelo, rodando sobre los cristales rotos. Varga era mucho más fuerte que yo, apretó sus manos alrededor de mi cuello. — Vas a ser un mensaje muy bonito para Dante — Siseó, apretando con fuerza. Sentí que el aire se me escapaba, que mi visión se oscurecía. Pero en mi mano todavía sentía el frío del metal. No intenté dispararle, usé la pistola para golpearlo en la sien con toda la rabia acumulada de meses de mentiras y miedo. Varga se tambaleó, soltando mi cuello. Antes de que pudiera recuperarse, Marcus llegó y lo redujo con un golpe seco. La batalla en el vestíbulo estaba terminando, los hombres de Varga, al ver a su líder caer, empezaron a rendirse o a huir hacia la noche. Me quedé sentada en el suelo, jadeando, tocándome el cuello donde la piel ya empezaba a amoratarse. Marcus se acercó y me ofreció la mano. — No estuvo mal para ser abogada, Barnes. —Dijo con un respeto genuino que nunca antes me había mostrado. Subimos de nuevo a toda prisa. Dante estaba en la terraza de la clínica, donde un helicóptero médico estaba aterrizando para evacuarlo a un lugar seguro. Eleanor estaba a su lado, sosteniéndolo. Al verme aparecer, cubierta de polvo, sangre y con mi cuello rojo, Dante soltó un suspiro que pareció sacudir todo su cuerpo. — Estás viva. — Susurró, mientras Marcus lo ayudaba a subir al helicóptero. — Te dije que no era un obstáculo fácil. —Respondí, subiendo con él. Mientras el helicóptero se elevaba sobre las luces de Nueva York, dejando atrás el humo de L’Ombra y los restos de un imperio podrido, Dante me tomó la mano. No necesitábamos palabras, el drama de la venganza había terminado, y aunque las cicatrices quedarían para siempre, el cielo frente a nosotros, por primera vez, no estaba teñido de rojo.






