Massimo no tocó el timbre, había salido furioso detrás de Lía después del escándalo que había montado en casa de Alba, así que cuando llegó al hotel, solo abrió la puerta con demasiada violencia. Trató de controlarse aunque sentía la vena de su cuello palpitar de pura furia. Cuando apareció fresca como una lechuga desde el cuarto de baño, Massimo solo quiso golpearla hasta borrarle la sonrisa del rostro.
Esa mueca que a veces simulaba dulzura y otras solo delataba nervios. El hombre respiró con calma, por el bien de todos y de ese bebé que, de algún modo, había terminado en el vientre de Lía. Un bebé que no tenía la culpa de su ingenuidad o su estupidez.
—¿Por fin vas a hablar conmigo? —susurró ella, buscando su boca con un beso que él esquivó con un paso atrás cuando se acercó—. Tuve que ir hasta la mismísima casa de esa estúpida para que…
—No vuelvas a hacer eso —dijo Massimo, frío—. Ni eso ni presentarte en la vida de Alba jamás. Tú y yo teníamos una condición para seguir con cualq