Lía caminaba de un lado a otro por la sala de su apartamento, estaba furiosa, alterada y al borde de un colapso mental. Mordió sus uñas mientras miraba el celular como si ahí hubiese una respuesta a todo lo que se le estaba saliendo de las manos.
Desde hacía semanas, Massimo no solo no le contestaba las llamadas, sino que además se había dedicado a humillarla con su indiferencia. Ni siquiera que estuviera embarazada parecía importarle ya, y tenía que importarle, era su hijo, de los dos.
La mujer miró de soslayo el periódico que había guardado desde hacía dos días. Donde Massimo, sin ningún tipo de vergüenza, le había pegado un puñetazo a Ernesto. La mujer maldijo mientras pensaba en cómo todo se estaba torciendo por culpa de la estúpida de Albaen, que no confiara en ella. El escándalo en Roma, la pelea con Ernesto, los titulares en la prensa… todo era una mancha más en la imagen del hombre al que ella, con tanto empeño, había tratado de tener para sí.
¡Todo era culpa de su hermana!
El