Alba despertó con el aroma del café recién hecho y las risas de los niños en la sala. Después de una semana agobiante, se estiró lentamente, disfrutando de ese momento de paz que pocas veces se daba últimamente.
Era sábado, el día perfecto para dedicarse por completo a ellos. Había prometido preparar un almuerzo especial, y después pasar la tarde en el jardín con juegos o películas. Sin embargo, había algo que no la dejaba estar del todo contenta.
Mientras bajaba las escaleras, vio a sus pequeños sentados en el suelo, armando una pista de tren que ocupaba media sala. Todos levantaron la vista al escuchar sus pasos.
—¡Mamá! —gritó Petro, corriendo hacia ella para abrazarla—. ¡Buenos días!
—Ven, mira el túnel que hice —dijo Kiara, tirando de su mano.
Alba sonrió, dejándose arrastrar por la energía de sus hijos. Por un momento, todo lo demás se borró. El contrato de divorcio, las discusiones, la sombra de Massimo… nada existía más allá de esos ojitos que la miraban como si fuera su mundo