Mucho rato después, tras casi dos horas caminando sin rumbo alguno y con el corazón en la mano, creyó que era momento de ir a casa y dar las desastrosas noticias. Sería imposible evitar lo inevitable, pero no se sentía preparada.
Caminaba por la vereda a paso lento cuando vio un taxi estacionado, esperando algún cliente. Sin pensarlo más, tocó la puerta y se subió.
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Víctor, el hombre que la seguía, corrió a su propio coche para intentar alcanzar al taxi, que terminó perdiéndose en medio del tráfico y entre tantos vehículos similares, negros y amarillos. Trató de ubicarlo, pero minutos después no tuvo más remedio que reportarlo a su jefe, Pietro.
—¡Idiota! Ruega para que llegue entera a casa o el jefe te matará —le gritó Pietro a través del altavoz.
—Lo siento, señor. No sabía que se iba a subir a un taxi así, sin más.
—¡No quiero excusas! ¡Sigue buscando!
—Sí, señor.
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Kelly cambió de opinión durante el trayecto y le pidió al chófer que la llevara al hospital donde se encontraba