Después de haber compartido la tarde con Víctor, él me trajo a casa. Detuvo el auto frente a la entrada y, por un momento, ninguno de los dos dijo nada. Bajamos del auto; él se puso frente a mí.
Lo miré con una sonrisa suave acercándome a él.
—Gracias… por traerme y por entenderme. De verdad, espero que consigas a alguien que ocupe mi lugar en el club.
Él desvió la mirada por un segundo, pero luego volvió a fijarla en mí, más intensa.
—Rebeca… sabes que puedes contar conmigo —dijo con voz baja, cargada de sinceridad.
Lo miré, y en sus ojos vi algo que me inquietó. Esa mirada… ese brillo… No. No podía ser.
Se acercó un poco más. Su tono cambió, más íntimo, más vulnerable.
—Me gustas… y mucho.
Mi corazón dio un vuelco. Sentí cómo se aceleraba sin control. No esperaba eso de Víctor. De pronto, las palabras de mi madre resonaron en mi mente: “Ese hombre se está enamorando de ti” . Tenía razón.
¿Y ahora qué? ¿Qué voy a hacer? ¿Y Julián? Dios mío... Rebeca, ahora estás entre dos hombres.
L