José tenía toda la razón. Rebeca… ella siempre estuvo a mi lado. Siempre fue constante, leal, presente… Era mi mejor amiga en la universidad. La única que nunca me buscó por mi apellido.
Me perdí en mis pensamientos hasta que escuché su voz otra vez:
—Charles… si me permite preguntarte algo. ¿Por qué, habiendo tantas mujeres interesadas en ti, escogiste precisamente a Rebeca como tu mejor amiga?
Lo miré. No supe qué decir al instante. Tragué saliva, sentí ese nudo formándose otra vez en mi garganta. Agarré mi vaso y le di otro sorbo. Esta vez el trago me quemó. No solo la garganta. Me quedé por dentro.
—La verdad, José… —dije con voz ronca— cuando la vi por primera vez… simplemente me cayó bien.
Su sonrisa... Dios, su maldita sonrisa. Siempre estaba ahí. Atenta, amable. Me escuchaba, me daba buenos consejos. Nunca me miró como “el heredero Schmidt”. Me trataba como a un igual. Y eso… eso me gustó.
—Por eso la consideré mi amiga. La mejor. Y con el tiempo… creo que empecé a necesitarla