En una noche tormentosa, tres días después, Aiden irrumpió por la puerta principal. Estaba empapado de pies a cabeza, el agua goteaba de su ropa, sus labios estaban pálidos por el frío, y todo su cuerpo temblaba ligeramente.
Me miró fijo, con los ojos llenos de cruda expectación.
—Acabo de enfrentarme a un intruso bajo la lluvia torrencial, pero no me hizo ni un rasguño.
Lo miré en silencio y, con voz suave, dije:
—Entonces, ve a darte una ducha caliente.
Algo en su mirada me recordó al día en que me enamoré de él.
En aquel entonces, me había perdido y estaba sola en el bosque cerca de la frontera, mi pie sangraba y se había hinchado por haber quedado atrapado en una trampa. La noche era completamente oscura, sin luna, solo se escuchaban los gruñidos distantes de animales salvajes y el viento cortando entre los árboles. Mientras me encontraba acurrucada en el suelo, el dolor y el miedo me golpearon como una ola.
Entonces, apareció Aiden.
Me había rastreado por el olor.
Sin pensarlo, se enfrentó a dos rebeldes solo, con sus manos desnudas, y me cargó todo el camino de regreso a la manada sin detenerse. Tenía la frente arañada y el brazo sangrando, pero no me soltó, ni siquiera por un segundo; era como si tuviera miedo de que si aflojaba su agarre, yo desapareciera.
Esa noche, sus ojos brillaban justo como lo hacían ahora.
Saliendo del recuerdo, capté un destello de dolor en su mirada.
—Acabo de luchar durante cinco horas en esa tormenta, y no me preguntaste ni una vez cómo estaba. Antes me rastreabas a través del vínculo de pareja cada vez que salía, incluso me esperabas en la puerta antes de que llegara a casa. Pero hoy, nada. Ni siquiera una sola comprobación. Cloe, has cambiado.
«¿He cambiado? ¿O fuiste tú quien cambió primero?», pregunté para mis adentros.
Sus palabras me hirieron profundamente, pero me obligué a mantener la calma.
—Ahora eres el Alfa más fuerte de toda la manada —dije—. Confío en que puedes cuidarte solo. Y, sinceramente, no quería que el resto de la manada pensara que tu pareja no confía en ti.
Aiden se quedó helado, pude verlo: recordaba lo que me había dicho una vez.
—¿Por qué siempre eres así? Ya no soy un niño, puedo cuidarme solo. Contigo llamándome todo el tiempo, la gente está empezando a reírse de mí.
Ese día, había pasado horas tratando de localizarlo, solo para asegurarme de que estaba a salvo, pero, en lugar de estar agradecido, me había atacado como si yo fuera una carga.
No quería volver a pasar por eso. Con la próxima misión para tratar a los miembros de la manada del norte, necesitaba mantener mi mente y corazón claros.
Me di la vuelta para irme, pero él me agarró del brazo. Su mano todavía estaba fría, sin embargo, su agarre era sorprendentemente fuerte.
—Cloe, creo que tú y yo necesitamos hablar.
Justo entonces, su teléfono comenzó a sonar y alcancé a ver el nombre que iluminaba la pantalla: Lana.
La amargura subió por mi garganta.
Aiden miró la identificación de la llamada, antes de rechazarla sin más. Sin embargo, el teléfono volvió a sonar casi de inmediato, de forma implacable.
Vi la duda en sus ojos, la lucha interna.
Entonces, suspiró, ofreciéndome una mirada de disculpa.
—Realmente debe necesitar algo. Solo dame un minuto, ¿de acuerdo?
Suavemente, retiré mi brazo de su agarre, sin decir palabra. Se quedó allí, paralizado con los ojos fijos en mí mientras me alejaba, observándome hasta que desaparecí tras la puerta de la habitación contigua.