La décima vez que Aiden se infiltró en la zona de polvo de plata, sabía que estaba jugando un juego peligroso.
La primera vez, solo había sufrido un envenenamiento leve que fue tratado fácilmente por una sanadora estándar.
Sin embargo, al no ver la figura familiar que tanto anhelaba durante el tratamiento, se aventuró más profundo la segunda vez.
—Quizás si me lastimo lo suficiente, ella aparecerá... —murmuró para sí mismo, lanzándose a la zona tóxica en repetidas ocasiones. Cada vez, sus heridas empeoraban, aun así, siempre era alguien más quien lo trataba.
Para la quinta vez, ya estaba tosiendo sangre. Para la séptima, su piel estaba plagada de quemaduras por el polvo de plata, supurantes y en carne viva. Aun así, se negaba a rendirse, porque en el fondo, sabía que ella estaba escondida en algún lugar de esa instalación.
Esa vez, se arrojó a la parte más densa de la zona tóxica con algo cercano a un deseo de muerte. El polvo de plata invadió sus pulmones y justo antes de perder la co