Al día siguiente, Lana y Marcos fueron expulsados de la manada.
Un aguacero torrencial empapaba la tierra mientras los guardias los obligaban a dirigirse hacia la frontera.
—¡Todo esto es culpa tuya! —Marcos empujó a Lana con fuerza, su voz estaba cargada de furia—. ¡Si no te hubieras vuelto tan arrogante, no nos habrían descubierto!
Lana tropezó y cayó en el lodo, mirándolo con incredulidad. Ese era el mismo hombre que alguna vez le había susurrado dulces palabras al oído y prometido el mundo entero.
—Pero... pero dijiste que me cuidarías...
Marcos soltó una risa fría. —¿Cuidarte? ¿Qué tienes tú para ofrecer, aparte de tu cuerpo? Ni siquiera tienes una loba, ¿y de verdad creíste que podrías ser Luna? No me hagas reír.
Con esas palabras, se dio la vuelta y se marchó sin mirar atrás.
Fue entonces cuando Lana finalmente comprendió que él nunca se había preocupado por ella, no había sido más que un peón que él utilizó para acceder a los recursos de la manada. Ahora, sin la protección de A