ARIA
Cuando por fin divisamos la frontera de la manada, ya era de noche.
Los centinelas nos olieron antes de vernos, y, en cuanto nos vieron, empezaron a aullar para alertar a todas las patrullas cercanas y ayudar con los heridos. Vi cómo uno de ellos salía corriendo hacía la garita para llamar a la mansión, pronto avisarían a Roberto.
La explanada frente a la mansión del Alfa se llenó de hombres y mujeres lobo que nos esperaban con expresiones de desconcierto y mucha incertidumbre.
El aviso nocturno no era señal de buenas noticias.
Me transformé de nuevo en humana, aún jadeante, y me cubrí rápidamente con la ropa que alguien me tendió. A mi lado, Seik también recuperó su forma, su expresión era tan dura e impenetrable como siempre, la del guerrero más fuerte.
Veía el nudo que le tensaba la mandíbula. Sus manos, normalmente firmes, temblaban ligeramente al cerrar los puños.
Su padre había muerto. Y aunque su rostro era una piedra, dentro de él había una tormenta rugiendo. Una tormenta