ROBERTO
Estaba revisando los últimos reportes en el despacho cuando golpearon la puerta con urgencia.
—¿Qué pasa? —pregunté sin levantar la vista.
Un soldado entró, agitado.
—La loba solitaria…Está intentando huir. Acaba de cruzar el sector oeste.
Chasqueé la lengua.
Me puse de pie de inmediato.
—Preparen a los hombres. Vamos por ella. Que flanqueen por ambos lados. No puede salir del territorio.
Salí del despacho y me transformé en cuanto crucé la puerta principal de la mansión. El lobo dentro de mí rugía, listo para la persecución. Mis patas golpearon la tierra con fuerza, atravesando el bosque con una sola idea en mente: no se escapa.
La localizamos rápido. Corría con desesperación, su forma de loba plateada resplandecía bajo la luz de la luna.
No paraba de mirar atrás, sin saber que ya la teníamos rodeada.
Di la orden con un simple aullido. Mis hombres se movieron como una extensión de mi voluntad. Uno salió por la izquierda, otro por la derecha. Yo la enfrenté de fre