En ese momento, sonó el teléfono de la asistente Adela: le contó a Silvina que ya estaba en el hospital y que le habían aplicado la primera vacuna contra la rabia.
Sin embargo, aún tendría que recibir varias dosis más…
Cuando Silvina vio la foto de la herida enviada por Adela —tan profunda que dejaba ver el hueso—, no pudo evitar inhalar un fuerte suspiro.
Al pensar que Adela había resultado herida por protegerla, y recordar el rostro odioso de Cristal, Silvina ya no pudo seguir siendo una simple espectadora.
Aunque supiera que, de cierta manera, estaba siendo utilizada por la señora Moreno, debía sacar la cara.
En estos días ya había soportado demasiado; no tenía razón para seguir tragándose la humillación.
Tal como dice el refrán: si no mueres en silencio, explotas en furia.
Silvina no pensaba morir en silencio. Ella elegiría explotar.
—¿Marchitada por la edad? —la voz de Silvina sonó gélida mientras caminaba hacia delante, con la mirada fija en Cristal—. ¿De verdad crees que eres t