Leonel extendió la mano y sujetó con fuerza el brazo de Silvina. Frunció ligeramente el ceño:
—Silvina, ¿qué te pasa? Liliana no lo dijo con mala intención.
—Yo tampoco tengo ninguna mala intención —lo interrumpió Silvina, alzando suavemente la mirada hacia aquel hombre tan familiar y, al mismo tiempo, tan distante.
Seguía siendo igual de deslumbrante… pero a su lado ya no quedaba espacio para ella.
—Por cierto —añadió con voz serena—, quería consultarte algo. Los próximos tres días todo será demasiado bullicioso. Yo no quiero participar, prefiero salir a caminar un poco, ¿está bien?
Sus ojos brillaban con frialdad, sin rastro de emoción.
Leonel la miró fijamente. El presentimiento de perderla volvió a invadirlo, obligándole a apretar sin querer los dedos.
—Ah… —Silvina soltó un leve gemido: su muñeca dolía bajo aquella presión.
Al ver el gesto de dolor en sus ojos, Leonel se sobresaltó y soltó de inmediato su mano.
¿La había lastimado?
Liliana, temiendo más contacto entre los dos, in