—Aclaro de antemano que no he venido como mediador —dijo Ruperto con una sonrisa suave, una de esas que hacían sentir a cualquiera como si estuviera recibiendo la brisa de primavera.
Comparado con Leonel, ese aire acondicionado humano andante, estar al lado del señor Ruperto era algo que todos describían como libre de presiones, cómodo y natural.
Silvina no pudo evitar sonreír también.
—He venido a traerte comida —añadió Ruperto, levantando la mano para mostrarle una caja—. Son unos bocadillos que mandaron preparar especialmente para ti. Ayer noté que te gustaron, así que hoy encargué una ración extra. Toda la mañana casi no has comido nada, y vi que en la fiesta tampoco te apetecía mucho lo que servían.
Al escuchar aquello, Silvina descubrió que en efecto tenía algo de hambre.
Ambos encontraron un rincón tranquilo, se sentaron en unas sillas y abrieron la caja para comer mientras charlaban.
Al ver que los bocadillos de hoy eran incluso más delicados que los de ayer, Silvina preguntó