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Capítulo 142 El hijo que une nuestros destinos

Al regresar a casa, Silvina sacó la fila de muñequitos de porcelana que su asistente Adela le había regalado y, muy contenta, los fue colocando uno por uno en una estantería del salón.

Aquel estuche contenía más de veinte figuritas en total, todas adorables.

Había muñecos niño y muñecas niña, cada uno con una expresión tan viva que parecían cobrar vida.

Silvina ordenó a las criadas que retiraran los adornos originales de la estantería, piezas valoradas en decenas de miles de dólares, para poner en su lugar aquellos pequeños objetos que apenas costaban unos cientos.

Al ver lo feliz que estaba Silvina, la propia Adela se sintió orgullosa.

—¿Señora Leonel, le gustan mucho estos muñecos? —preguntó Janet, mientras los limpiaba y desinfectaba cuidadosamente antes de pasárselos a Silvina.

—Son tan adorables —respondió Silvina con una sonrisa—. Tener tantos adornos caros aquí no tiene gracia. Estos son mucho más divertidos.

En ese momento, Leonel entró por la puerta y, desde el recibidor, se
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