Días después La bodega ahora parecía un centro de mando clandestino. Lo que antes era solo un espacio polvoriento y olvidado, se había transformado en el núcleo de una conspiración. Sobre una mesa oxidada, Antonio extendió unos planos que había conseguido del terreno alrededor de la mansión de Dante. Había papeles con fotografías, reportes, mapas de vigilancia, horarios. Nada estaba improvisado.Fiorella se sentó en una caja de madera con la elegancia de una reina en su trono. Observaba a los hombres con el gesto analítico de quien sabe que, si no los mantiene enfocados, pueden destruirlo todo por orgullo.Vittorio se mantenía de pie, en silencio, mirando los documentos con los brazos cruzados. Su expresión era la de alguien que aún se resistía internamente, pero cuyo deber ya había sido elegido. No estaba cómodo, pero estaba decidido, además era más que una promesa.—Dante no es estúpido —dijo Antonio, señalando una zona en los planos—. Tiene cámaras aquí, aquí y aquí. Pero no conf
La mansión de Dante había cambiado. Ya no era lúgubre, fría, vacía, ahora se sentía calor de un hogar, las risas de Aurora lo habían cambiado todo, incluso a él. Aunque seguía siendo el hombre frío, cruel, y déspota. Con Aurora había conocido a un hombre que no conocía ni el mismo, romántico, detallista y hasta había despertado el buen sentido del humor.Solo que había algo en el aire, una vibración sutil que anunciaba que las máscaras estaban por caer, algo que le decía que no todo estaba bien y que no debía bajar la guardia, y menos ahora que Alonzo se había ido por dos meses, ahora estaba solo por así decirlo.Dante no dormía. Había noches que no conciliaba más de unas horas de sueño. Su instinto, ese que tantas veces lo había salvado, no lo dejaba en paz. Algo no encajaba. No era un dato concreto, ni una amenaza específica. Era una suma de gestos, vacíos, demoras en los reportes, miradas esquivas entre sus hombres.Y luego estaba Cristian.Su sombra había empezado a notarse más d
Dante limpio su camisa, sudor y subió a la habitación, debía hablar con Aurora, ponerla a salvo para lo que se venía, ya había hablado con Alonzo y el se encargaría de protegerla hasta con su propia vida si fuese necesario.Dante se acercó a Aurora con una carpeta en mano y una sonrisa persuasiva.—¡Hola bonita!, necesito un favor importante. Tengo unos documentos que debo enviar a Alonzo, quien está actualmente en Bolonia. Me preguntaba si podrías ser tú quien los lleve —dijo mientras se acercaba a ella, y la tomaba de la cintura.Aurora levantó una ceja, intrigada por la petición.—¿Por qué yo? —preguntó Aurora con curiosidad. Dante se encogió de hombros y respondió.—Porque eres la única en quien confío plenamente. Sé que puedo contar contigo para que estos documentos lleguen a Alonzo de manera segura y sin contratiempos. Aurora pareció dudar por un momento antes de hacer otra pregunta.—Está bien, iré a Bolonia —dijo finalmente—. Pero no iré sola. ¿Quién me acompañaráDante son
El viento golpeaba las hojas de los árboles con una furia extraña, como si el bosque que rodeaba la mansión de Dante también presintiera lo que estaba por ocurrir. A lo lejos, el motor encendido de una camioneta negra rugía bajo la tensión del momento. Vittorio sostenía con fuerza el volante, con los nudillos blancos, los ojos clavados en la imponente entrada de hierro forjado.La puerta lateral del vehículo se abrió de golpe.Antonio, con la camisa manchada de sangre seca y el rostro descompuesto por el pánico, se dejó caer en el asiento del copiloto. El sonido metálico de la puerta al cerrarse resonó como un disparo en medio del silencio denso.—¿Qué diablos pasó? —espetó Vittorio sin darle tiempo a respirar—. ¿Dónde está Fiorella?Antonio giró apenas el rostro, los ojos desorbitados, la voz entrecortada.—Arranca. ¡Ahora, Vittorio! Si no quieres que Dante nos atrape también, ¡muévete!Vittorio giró bruscamente hacia él, sus ojos se tornaron oscuros, llenos de una furia que le salía
Las luces del pasillo subterráneo se encendían una a una al paso de Dante. No se escuchaban pasos, sólo el eco lejano del metal que vibraba con el mínimo roce. Sus ojos estaban fijos al frente, dispuesto acabar con la mujer que apenas unos días le ofreció ser su aliado.Ahora caminaba hacia ella. Esta vez, ella era la prisionera.Empujó la puerta de acero con una mano enguantada. El sonido oxidado del metal rasgó el silencio. La sala era amplia, sin ventanas, con paredes de concreto y una única lámpara colgando sobre la mesa metálica en el centro. En las esquinas, las sombras se agitaban como animales expectantes.Fiorella estaba en el suelo. Los labios partidos, una ceja ensangrentada, los brazos atados a la espalda. La habían derribado con violencia al atraparla. Había peleado, sí, hasta que la hicieron sangrar.Cuando lo vio entrar, intentó incorporarse. Pero el guardia detrás de ella le presionó el cuello con la bota, obligándola a agachar la cabeza.Dante se detuvo frente a ella.
Fiorella abrió los ojos de golpe. La luz que colgaba del techo la cegó por un instante. Estaba atada de pies y manos, una delgada sonda clavada en su brazo, conectada a una bolsa de suero que goteaba lentamente. Su cuerpo sudaba frío. Intentó moverse, pero las correas la mantenían inmóvil.Frente a ella, sentado en una silla con la pierna cruzada, estaba Dante.—Despierta, bella durmiente —murmuró con una sonrisa torcida—. El suero ya debe estar haciendo efecto. No te preocupes, es un simple relajante... aunque, combinado con un poco de lo que Ulises usaba... digamos que afloja lenguas.Fiorella apretó los dientes, resistiéndose a dejar salir cualquier palabra. Dante se levantó, caminó hacia ella con calma, como si saboreara cada paso. Se inclinó hacia su rostro, estudiando sus reacciones.—¿Dónde está el resto de tu gente? —preguntó en voz baja, casi como un susurro íntimo—. ¿Quién te ayudó a intentar secuestrarme en mi propia casa? ¿Creíste que iba a dejar eso pasar?Fiorella lo es
BOLONIA El avión aterrizó con suavidad sobre la pista de Bolonia, y los primeros rayos del atardecer tiñeron de oro las ventanas de la terminal. Aurora descendió con paso sereno, con una carpeta en la mano y el cabello recogido en una coleta suelta. Había hecho ese viaje por encargo de Dante, llevando personalmente unos documentos importantes a Alonzo.Afuera, Alonzo ya la esperaba apoyado contra su auto negro, elegante, inconfundible. Cuando la vio aparecer, una sonrisa amplia le cruzó el rostro. Era como si el mundo se detuviera un segundo. Sus ojos se iluminaron y por un momento, Alonzo se sintió flotando, como si estuviera sobre una nube suave, lejana al ruido del mundo.Aurora también lo vio. Sus ojos se encontraron. Ninguno dijo nada al principio, solo se miraron. Él avanzó unos pasos, y con la misma delicadeza con la que se toca una flor, le ofreció su mano.—¿Vienes conmigo? —preguntó con voz baja, cálida.Aurora asintió, sin soltar la carpeta.—Claro —respondió ella.Subió
Aurora salió del baño envuelta en una toalla blanca que le cubría el cuerpo hasta los muslos. Se sentía más cómoda y descansada.Su piel aún humeaba del agua caliente, y sus mejillas estaban sonrojadas por el vapor. Se sorprendió al ver la bandeja servida sobre la pequeña mesa redonda junto al ventanal. Velas encendidas, platos humeantes, una botella de vino descorchada, todo dispuesto con un esmero casi ceremonial. —¿Alonzo? —preguntó suavemente, sin verlo—. Alonzo ¿eres tu?En ese instante, él regresaba por el pasillo, aún con la respiración contenida. Al oír su voz, se recompuso y sonrió al entrar.—Te dejé la cena… pensé que quizás tendrías hambre —él dijo con su voz agitada, un nudo en su pecho y el deseo latente.Aurora lo miró con dulzura. Había algo distinto en sus ojos, una mezcla de sorpresa y gratitud. Alonzo era un hombre bueno y ella se sentía afortunada de tenerlo en su vida, de tener una amistad como la suya en su vida.—Es hermoso… gracias —dijo ella con una genuina s