Dante abrió los ojos con una sensación de pesadez en la cabeza y un sabor amargo en la boca.
Su respiración era entrecortada, y un dolor punzante en las muñecas le hizo entender que estaba atado. Intentó moverse, pero los amarres en sus muñecas lo mantuvieron firmemente en su lugar.
Su vista estaba borrosa, pero al parpadear varias veces, su entorno comenzó a definirse, una bodega fría y oscura, con un aroma rancio de humedad y óxido, y por supuesto a escremento, las ratas y cucarachas pasaban a su alrededor.
Al girar la cabeza con dificultad, su mirada se posó en una figura inmóvil a su lado. Su corazón se detuvo por un instante al reconocer a Aurora. Ella estaba desmayada, con las muñecas igualmente atadas, su cabello cayendo sobre su rostro pálido. Dante sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras luchaba por soltarse.
Todo, absolutamente todo lo volvía al día que se suponía que se iba a casar, ese trágico día donde tuvo que luchar por mantenerse con vida, ese día donde