40. Encuentros a Media Noche
No dormí. Ni siquiera lo intenté.
Cerca de las tres de la madrugada escuché un movimiento en el pasillo.
Max.
Reconocería ese paso entre mil.
Dudé un instante, con el corazón acelerado, preguntándome si tenía fuerzas para verlo. Pero el instinto me empujó a salir.
Abrí la puerta y lo vi bajar las escaleras, descalzo, con una camisa arrugada y un vaso en la mano. Lo seguí a la distancia.
El despacho estaba iluminado. La puerta entreabierta dejaba escapar una línea de luz amarilla. Me acerqué lo suficiente para escuchar.
—Isabela ¿Qué haces aquí? Debes saber que causaste un escandalo. Lo que hiciste no puede volver a repetirse—la voz de Max sonaba tensa.
Sentí un vuelco en el estómago.
Estaba allí. Ella también.
—¿Repetirse? Lo que no puede repetirse es que me ignores como si yo fuera un capricho pasajero. ¿Olvidas que llevo en mí algo que nos une para siempre?
El silencio que siguió fue peor que cualquier grito. Imaginé a Max frotándose la frente, agotado, y a ella cruzada de brazos, im