17. Alianza en las Sombras
El amanecer me encontró despierta. No había logrado cerrar los ojos en toda la noche. El beso de Max seguía ardiendo en mis labios, como una herida invisible que no cicatrizaba, y las palabras que nos habíamos lanzado se repetían en mi cabeza con la insistencia de un veneno que no da tregua. A eso se sumaba el mensaje de Isabela, cargado de amenaza y arrogancia. Dormir, simplemente, ya no era una opción.
María cumplió su promesa. Apenas la primera claridad gris del alba comenzó a filtrarse por las ventanas del ala oeste, apareció frente a mi puerta. Su expresión era tan firme como la de alguien que ya había aceptado el riesgo antes de caminar hacia él.
—Vamos —susurró.
No hizo falta nada más. Caminamos juntas por los pasillos silenciosos de la mansión, esquivando al personal que recién comenzaba su jornada. Cada paso se sentía vigilado, como si los muros tuvieran oídos y ojos. El eco de nuestros pasos era demasiado fuerte para mi gusto; sentía que en cualquier momento alguien nos dete