-Que linda pancita- dijo uno de los hombres, burlándose de mí y acariciando mi barriga.
Yo me retorcí asqueada cuando sentí el tacto de una mano fría y rasposa que no era la de mi esposo acariciar descaradamente mi vientre como si tuviera el derecho.
Me habían atado de pies y manos, sentí el dolor en mis muñecas y en mis tobillos como aquella vez en la sucia fábrica, pero ahora no estaba en condiciones de soportar ese trato, no con una criatura a cuestas.
La camioneta se movía a gran velocidad imaginé que huyendo de la policía, comiéndose todas las lomas de burro y los pozos de la calle sin frenar, haciendo que la parte trasera se sacudiera con fuerza y moviera mi cuerpo con brusquedad. No tenía mis manos para poder abrazar mi estómago y protegerlo de los golpes.
Sentí como la venda que cubría mis ojos se humedeció por mi llanto silencioso ya que me habían amenazado con que me callara la boca.
-¿Tienes la cámara?- Escuché que uno de los secuestradores le decía a otros de ellos
-Si,