Los primeros en llegar fueron Reginald, Candace y Lavinia. Llevaban sus mejores galas, y venían con aires de suficiencia.
— Buenas tardes, señor. Que alegría tenerlos en la celebración de hoy. — Luciano le dio la mano con fuerza y una enorme sonrisa.
— ¿Donde esta tu novia? Hay que felicitarla a ella también. — Respondió el hombre con camaradería.
— Su peluquera no la dejara aún. — Se excusó. — Pero mi padre lo está esperando en el jardín.
— ¿Habrá más gente joven el día de hoy, señor Luciano? — preguntó Lavinia tendiendole la mano cual princesa.
— Claro, están los hermanos de mi novia, y vendrás todos nuestros amigos y compañeros. Conocerás mucha gente tan bien parecida como tú, capaz conozcas al amor. — Dijo Luciano con una sonrisa amable, sin tomar su mano.
— Lo dudo señor, el amor ya fue ocupado. — escupió la chica de camino al jardín.
— Disculpela. — La señora Candace estaba roja de vergüenza. — Está un poco afectada por todo esto. Usted ha sido su amor platónico por mucho tiem