No pertenezco aquí, desde el momento en el que conozco a Ronan Moretti, un letal y cruel abogado, multimillonario y CEO de una de las firmas de bufete más importantes del país, está claro que me quiere por una razón; mi parecido con alguien de su pasado, y al mismo tiempo me odia, furiosamente, su mirada salvaje me eriza la piel cada que clava sus ojos color humo sobre mí. Tengo que alejarme de él, chicas como yo, son un bocadillo para depredadores como él, pero es el único que puede ayudarme a recuperar mi vida, solo que a cambio quiere algo; que me case con él. ¿Cómo llegar a un corazón en el que no queda más que desprecio? ¿Podrá algún día dejar de verla en mí? —En mi juego solo hay peones y una reina, elige cuál quieres ser, Regina Lombardi.
Leer másREGINA
El estómago se me retuerce y la bilis se me sube a la garganta cuando leo el nombre con letras oscuras, en el gafete de invitado que sostengo entre mis manos “Venus Smith” Ahora mismo, me encuentro en una entrevista con el supervisor de la empresa DHDM, asociada a la entrega de correos de los principales despachos jurídicos de todo el país, los nervios me traicionan y mi corazón sigue latiendo con fuerza.
—Señorita Smith —habla con un tono de voz exasperado, mientras sus ojos se fijan en los míos con un destello de desprecio—. ¿Por qué ha venido a New York a trabajar? Por lo que puedo ver en su documentación, es de California.
Una sonrisa maliciosa cuelga de las comisuras de sus labios.
—Si le soy sincero, me preocupa un poco la estabilidad de su trabajo, si lo llegase a conseguir, debido a este inconveniente, aquí preferimos la puntualidad sobre todas las cosas —se inclina hacia adelante, dejando mis documentos de lado—. ¿Cómo solucionaría eso?
Me remuevo inquieta sobre mi asiento.
—No sería un problema, señor Edwar —mi voz es un hilo de nervios—. Me gusta esta ciudad, me parece que es uno de los estados más vibrantes, llenos de oportunidades y quisiera establecerme aquí.
Mis manos son un manojo de nervios, no puedo dejar de moverlas por debajo para que no se dé cuenta.
—San Francisco también tiene muchas oportunidades de trabajo.
Con amargura lo admito, no tuve más opciones, desde que mi padre desapareció de la nada hace tres años, sintiéndome como un ratón sin salida, tuve que cambiar mi nombre, él lo propuso un día antes de desaparecer.
—Deberías cambiar tu nombre y apellido —sugirió aquella tarde.
—¿Por qué haría eso? No tengo nada que ocultar.
—Porque en el mundo hay personas malas, Regi, siempre que ellos te quieran lastimar, lo van a hacer, encontrarte puede ser la cosa más fácil.
—No entiendo lo que me quieres decir.
—Solo hazle caso a tu padre, esta vez.
Luego de esas palabras, al día siguiente no lo volví a ver, pude no haberlo hecho, pero él tenía un punto a su favor, no podía arriesgarme a que la gente me siguiera lastimando, no después de lo que ocurrió en California, luego de que se marchara y me dejara solo lo necesario para sobrevivir un par de meses, me las arreglé sola, estudié leyes, y gracias a mis buenas notas, pude conseguir una beca en la universidad de California, viviendo de prestamos estudiantiles, logré terminar mi carrera, obteniendo mi titulo como licenciada en derecho penal.
No todo fue color rosa, ya que no pude graduarme debido a Nolan James, un estúpido niño rico que plagió mi tesis, haciéndoles creer a todos que yo había sido quien lo hizo y que le pertenecía a él, como era de esperarse, su padre movió todas sus influencias logrando comprar a los maestros y a la mayoría del cuerpo estudiantil, me tacharon de lo peor, retirándome así el diploma por el que con tanto esfuerzo luché.
Ahora, él es un importante abogado que trabaja en uno de los bufete Moretti, en New York, mientras que yo, al no poder conseguir un trabajo en el sistema jurídico, tuve que conformarme con trabajar para una empresa de correos y documentos que están ligadas a las empresas jurídicas del país.
—Una estudiante de graduada de la facultad de derecho en California —su voz me saca de mi ensimismamiento—. ¿No debería estar trabajando como asistente jurídico? Sus datos no coinciden con lo que puedo deducir, usted no tiene 25 años, parece más joven, ¿puedo saber qué ha estado haciendo desde que se graduó?
Trago grueso.
—Asuntos personales, señor, yo… intenté montar un negocio, pero fracasé —musito débil.
Miento, el hombre ladea la cabeza, el desprecio en su mirada mientras me observa en silencio, hace que mi respiración se acelere y que mi pulso se dispare. Él no parece mayor que yo, sin embargo, mantiene su actitud letal, ¿por qué me mira de ese modo?
—Sabe, yo también me gradué de la universidad de California.
Un escalofrío recorre mi espina dorsal y un nudo se me atora en la garganta.
—¿Sí?
—Sí, recuerdo que asistí al festival en aquella ocasión, todo el mundo hablaba de una alumna que había plagiado la tesis de Nolan James, hijo del famoso magnate Ferguson James —sisea—. Le cancelaron su título de posgrado y le quitaron los diplomas.
Me congelo, no pudo haberlo descubierto, ¿o sí?
El hombre se me queda viendo con mirada filosa, esperando una respuesta de mi parte, pero no puedo responder. Las palabras se me quedan atoradas y creo que estoy al borde del colapso.
—Váyase a casa, señorita Smith, nosotros nos pondremos en contacto con usted, y buena suerte.
Eso es todo, recojo mis cosas y me marcho, sintiendo sus ojos negros aún clavados en mi espalda cuando salgo de la empresa.
[...]
Una semana más tarde…
Finalmente me aceptan en esta empresa. Pero el problema es que la gente aquí no es amigable conmigo y tengo que pasar por un período de prácticas de tres meses para conseguir el trabajo.
Camino hasta el área femenina de vestidores, no encuentro a nadie cerca y eso me parece extraño, saco mi uniforme, me visto lo más rápido y hago mi trabajo lo mejor que puedo, para cuando es la hora del almuerzo, olvido mi bolsa en el casillero, llegando, lo abro y enseguida un nuevo terror se materializa delante de mí, varios pequeños ratones saltan sobre mí haciendo que grite.
Puede que me haga la valiente, pero sigo teniéndole miedo a los roedores, algunos se me meten en las ropas e intento quitarlos, la risas estallan a mi alrededor, de pronto, todos salen de sus escondites, algunos tomando capturas y videos de mi desastre, mientras que las chicas solo ríen y se abrazan de sus parejas.
¡Plagiadora!
¡Plagiadora!
¡Plagiadora!
Gritan todos en coro, las lágrimas pican en mis ojos, cuando todo termina, veo que incluso han mojado mis cosas, dentro del casillero, quedan algunos ratones y tiemblo para sacarlos.
—¡Pero qué sucede aquí! —grita al otro lado de la puerta, el supervisor—. ¡¿Qué significa esto?!
El silencio reina el lugar, los chicos salen corriendo por la puerta trasera, mientras que las chicas me sonríen con malicia, la puerta se abre y el supervisor observa todo el desastre, sus ojos se entornan en mi dirección hasta que los entrecierra con la acusación latente en la punta de su lengua.
—¡Tú! —me señala—. ¡A mi oficina, ahora!
—Pero no he hecho nada, ellos me… —intento decir.
—¡Basta de excusas, señorita Smith, dije, a mi oficina, ahora! —exclama lleno de cólera.
El supervisor, Otis Edwar, un hombre delgado, calvo y con enormes dedos largos, se da la media vuelta y sale del área de vestidores.
—Eso te pasa por zorra —me dice una de las chicas a las que no conozco.
—Sí, ¿por qué no entiendes que nadie te quiere aquí? —añade una pelirroja que es su amiga.
Quiero decirles que yo tampoco quiero estar aquí, sin embargo, no tengo opción alguna, por lo que niego con la cabeza, y con mi dignidad arrastrándose por los suelos, me dirijo hacia la oficina del supervisor. Llamo dos veces hasta que me da el paso, levanta su mirada y sus ojos son como dos dagas de fuego que lanza en mi contra.
—Mírate, es un completo desastre, señorita Smith —chasquea la lengua.
Doy dos pasos hasta estar adelante de su escritorio.
—La única razón por la que la considero todavía en el empleo, es porque es la más rápida para entregar los correos, si por mí fuera, ya la hubiera echado a la calle —me observa con desdén.
Se queda callado un par de segundos.
—¿Acaso no piensa defenderse?
Me muerdo el labio inferior, no comprendo por qué me pregunta eso, si queda claro que no va a creer ni una sola de las palabras que le diga, por lo que prefiero no gastar saliva, tiempo y energía.
—Bien, vaya a recoger ese desastre, se queda sin la hora de su almuerzo, y espero que esto no se vuelva a repetir, es la última vez que le paso algo como esto, una más, y juro que le daré una patada en el tarsero —espeta con rudeza.
—Gracias, señor —mi voz es apenas audible.
No dice nada más, giro sobre mis talones y paso el resto de la hora del almuerzo, limpiando todo el desastre que dejaron mis compañeros, con el estómago rugiéndome, me siento tan débil y sedienta. Para cuando termino, estoy agotada, más de lo normal, me esfuerzo por lo menos tomar agua, hasta que una de las secretarias del supervisor, se para delante de mí, extendiéndome unos documentos.
—El señor Edwar quiere que entregues con urgencia estos documentos a la empresa Anderson, son importantes y ya vas tarde —dice esbozando una cruel sonrisa—. Te lo pidió hace veinte minutos.
Un escalofrío recorre mi espina dorsal, ella lo ha hecho a propósito, me los ha dado tarde para que me vea afectada, los tomo entre mis manos con la rabia bullendo en mi interior.
—Sí yo fuera tú, no perdería mi tiempo lanzando miradas de odio, cuando lo que tienes que hacer es que no te echen —mira su esmalte de uñas caro, mientras ensancha más su sonrisa—. No te vamos a extrañar si te vas, solo diré eso.
M****a.
Salgo corriendo, me coloco mi gorra recogiendo mi cabello rubio, en el camino todos se burlan de mí, cierro los puños, no, papá me enseñó también que debo elegir mis batallas, y esta la perdería sin dudar. Me apresuro, la empresa Anderson es un sistema jurídico que no tiene que ver con la cadena de bufetes de los Moretti, pero que está en el foco al ser una de las importantes, por debajo de la familia Moretti, claro.
Como puedo, llego en menos de diez minutos, bajo de la motoneta que nos asigna la empresa, entro a recepción y le pido a la mujer que está detrás del mostrador, que me permita pasar, explicándole el asunto de los documentos.
—Si no tiene cita, no puedo dejarla pasar —arguye tan tranquila.
Frunzo el ceño.
—Creo que no me ha entendido, señorita, traigo unos documentos importantes para el señor Luke Anderson, me pidió mi jefe que se los entregara personalmente —trato de no quedarme sin aliento.
La mujer que tengo adelante se digna a verme mejor, sus ojos se clavan en mi atuendo y arruga la nariz como si yo fuera una de esas plagas con las que nadie se quiere encontrar, levanta el teléfono y corrobora mi información.
—El señor Anderson se encuentra en el último piso, está enfadado, date prisa —replica.
Quiero decirle que es su culpa, ya estaría casi llegando de no ser porque se cree superior a mí, miro hacia los ascensores, todos están cerrados y ocupados, hasta que localizo uno al fondo, en donde solo veo entrar a dos hombres de traje, no les veo el rostro porque me dan la espalda.
—Gracias.
Corro hacia el elevador, escuchando a los lejos la voz alterada de la mujer recepcionista.
—¡Espera, no puedes subir a ese! —grita y percibo la nota de terror en su voz.
No me detengo para escuchar su última advertencia, si no entrego estos malditos documentos, mi vida laboral estará terminada, y no puedo darme el lujo de perder mi empleo, en especial porque necesito con urgencia el dinero, tengo una renta que pagar.
Todos esos pensamientos se convierten de pronto en el filo de la daga que se me clava en el pecho, mi vida siempre fue difícil, en especial porque nunca crecí con mi madre, ella murió cuando era apenas un bebé, y ahora mi padre también me había abandonado, la rabia que me hace sentir eso, es el empuje que necesito ahora mismo.
De último momento entro jadeando, es tanta mi velocidad por no perder el elevador, que pierdo el equilibrio y me voy hacia adelante justo cuando las puertas se cierran a mis espaldas, espero con los ojos cerrados mi golpe en la nariz contra el suelo, no llega, siento un par de manos fuertes que detienen mi caiga, la luz del elevador es tenue, levanto la mirada y me olvido de respirar al encontrarme con un par de ojos grises, salvajes, intimidantes, la clase de ojos que no quieres que te miren porque es como si absorbieran tu alma.
KENDRACuando despierto, me encuentro en una cama de hospital, siento como si hubiera dormido una eternidad, me tomo un par de segundos para pensar en todo lo que ha pasado, he perdido la noción del tiempo, por lo que no recuerdo mucho y tampoco sé cómo es que llegué aquí. —Joder —me quejo al verme conectada a varios aparatos. Me incorporo y enseguida me duele la cabeza, todo me da vueltas y me toma un par de segundos acoplarme. —Tienes que descansar. Una suave voz hace que levante la mirada, Regina está entrando a la habitación, lleva en la mano un café, al que le da un sorbo delante de mí como su broma personal, sabe que me gusta el café y lo hace a propósito. —¿Cuánto tiempo llevo aquí? —inquiero con cautela. —Tres días. Me sorprendo. —¿De verdad? —Sí, has estado en revisión, y dormida profundamente, al principio los doctores tuvieron que inyectarte un par de sedantes, pero nada que te pudiera alterar después, creo que solo estabas demasiado cansada —me dice acercándose.
KENDRAEl corazón se me detiene cuando escucho la explosión, todo pasa tan rápido, que me cuesta trabajo comprender lo que está pasando, pero Kratos me protege con su cuerpo, seguimos escuchando varias explosiones más hasta que la alarma suena, una sirena que me aterra y que me eriza la piel. Mi pecho sube y baja debido al subidón de adrenalina. —¡¿Qué es lo que sucede?! —exclamo llena de pánico. —Liam —dice Kratos y me congelo. —¿Qué?... Afuera puedo escuchar el escándalo de las personas, de los hombres de Ronan, sabía que se trataba de cuestión de tiempo para que Liam me encontrara, pero nunca imaginé que sería tan pronto, le tomó solo muy poco tiempo para dar conmigo, para saber en dónde estoy ahora. Creo que Regina y Ronan tomaron la buena decisión de dejar a los niños en Italia, me muero si algo les pasa, y ahora, temo por sus vidas, aunque algo me dice que Ronan jamás permitiría que algo malo le pasara a su mujer. —Tenemos que salir. La voz ronca y decidida de Kratos hac
KENDRAMi mente ha estado en otra parte, viendo de lejos y buscando a Kratos con esa rubia, hasta que una voz me regresa, me saca de mi ensimismamiento. —Ella es Kendra Williams —me presenta Ronan a un chico alto, rubio, de ojos de un color más azul que los míos—. Una amiga de Regina. Levanto la mirada y me sorprendo con lo guapo que es, estira su mano en mi dirección, estoy a nada de hacer lo mismo, sintiendo que sus ojos van directo a mis pechos, cuando alguien me rodea la cintura con demasiada fuerza, tiran de mí, evitando que le estreche la mano. Retengo el aire y todos se nos quedan viendo. —Ella es mía —dice una voz gruesa que me eriza la piel. Volteo y compruebo que se trata de Kratos, quien le lanza una advertencia con la mirada al pobre chico, para luego arrastrarme afuera. Me tropiezo un par de veces tratando de seguirle el paso a Kratos, el vestido que traigo puesto y los tacones altos no me ayudan en la tarea, sin embargo, hago todo lo posible, todo lo que está en mi
KENDRA—¿Por qué? La pregunta me saca de contexto, pero me empuja a ver lo que he hecho, y eso es tocarlo, en cuanto me doy cuenta de eso, lo suelto, retrocedo y me ajusto la bata de baño que aún tengo puesta. —Solo quiero saber qué es lo que hablaste con Ronan. Ahora se está comportando distante. No sé por qué. —Nada interesante, cosas de mafiosos —ironiza la última palabra—. En cuanto a las mujeres, si es lo que quieres saber realmente, sí, follé con una mujer de la Bratva, había escuchado que esas mujeres eran calientes y todas unas hembras en la cama, mi sorpresa fue grata al ver que es cierto. Me quedo sin aliento. —No lloriquearon —me mira por encima del hombro—. Descansa, Kendra. Cierra la puerta y con ello me vuelvo a quedar a solas, me duele el pecho, lo dijo por mí, porque yo no pude aguantar su polla, ¿qué clase de ser humano podría hacerlo siquiera? Me da igual, él y yo no somos nada, solo fue una follada, y al parecer, nada memorable para él. Me recuerdo que al fin
KENDRAEn cuanto esas palabras brotan de los labios de Ronan, siento que me quitan un enorme peso de encima de los hombros, pero al mismo tiempo creo que me estoy volviendo loca y que lo que acabo de escuchar es solo un sucio juego de mi mente perturbada. Todo me da vueltas, ordeno mis ideas, no estoy embarazada de Liam, y no estamos casados, me había sentido mal por sentirme como una perra infiel cuando me acosté con Kratos, luego de ver que Liam me era infiel con esa chica llamada Leona, ahora, pienso diferente y creo que todo pasa por algo. —No estoy casada con Liam —lo repito en voz alta para que me lo confirmen. —Así es —Ronan se cruza de brazos—. Pero él cree que sí, lo importante ahora es que descanses, deja que nosotros nos encarguemos de esto, sabemos que por el momento, Liam no sabrá que estás aquí. Y eso me deja tranquila, en serio, saber que por ahora no estamos juntos y no tiene la manera ni los medios de encontrarme, hacen que me sienta mucho mejor, pero eso no quita
KENDRALo maté por su culpa. Me congelo cuando escucho aquellas palabras que vienen de Ronan. Regina se quedó atrás un par de segundos mientras les ordenaba a algunas de sus empleadas, que prepararan dos habitaciones con todo lo necesario para que nosotros tengamos la mejor comodidad posible aquí. —Alan Tomkin —sigue hablando Ronan—. Un compañero de Kendra que trabajaba con ella en un restaurante. Cierro los ojos por un par de segundos y las imágenes de aquella noche vienen a mí como agua corriendo sobre mi cabeza, el frío que sentí ese día, es el mismo que me invade ahora mismo. PASADO, HACE DOS AÑOS. Miro la hora que marca mi reloj de mano, son las once de la noche, hoy es navidad y por ser un día festivo, la gente a la que se le ocurrió venir esta noche, es más de la normal. Muevo mi cuello con estrés, respirando profundo y sintiendo que el mundo no puede ser un peor lugar. —Nos vemos mañana. Espabilo. Levanto la mirada y me encuentro con la de Alan, mi compañero, rubio y de
Último capítulo