Matrimonio Falso Con El Sr. Moretti
Matrimonio Falso Con El Sr. Moretti
Por: Kleo M. Soto
CAPÍTULO 1: Choque De Reyes

REGINA

El estómago se me retuerce y la bilis se me sube a la garganta cuando leo el nombre con letras oscuras, en el gafete de invitado que sostengo entre mis manos “Venus Smith” Ahora mismo, me encuentro en una entrevista con el supervisor de la empresa DHDM, asociada a la entrega de correos de los principales despachos jurídicos de todo el país, los nervios me traicionan y mi corazón sigue latiendo con fuerza. 

—Señorita Smith —habla con un tono de voz exasperado, mientras sus ojos se fijan en los míos con un destello de desprecio—. ¿Por qué ha venido a New York a trabajar? Por lo que puedo ver en su documentación, es de California. 

Una sonrisa maliciosa cuelga de las comisuras de sus labios. 

—Si le soy sincero, me preocupa un poco la estabilidad de su trabajo, si lo llegase a conseguir, debido a este inconveniente, aquí preferimos la puntualidad sobre todas las cosas —se inclina hacia adelante, dejando mis documentos de lado—. ¿Cómo solucionaría eso? 

Me remuevo inquieta sobre mi asiento. 

—No sería un problema, señor Edwar —mi voz es un hilo de nervios—. Me gusta esta ciudad, me parece que es uno de los estados más vibrantes, llenos de oportunidades y quisiera establecerme aquí. 

Mis manos son un manojo de nervios, no puedo dejar de moverlas por debajo para que no se dé cuenta. 

—San Francisco también tiene muchas oportunidades de trabajo. 

Con amargura lo admito, no tuve más opciones, desde que mi padre desapareció de la nada hace tres años, sintiéndome como un ratón sin salida, tuve que cambiar mi nombre, él lo propuso un día antes de desaparecer. 

—Deberías cambiar tu nombre y apellido —sugirió aquella tarde. 

—¿Por qué haría eso? No tengo nada que ocultar. 

—Porque en el mundo hay personas malas, Regi, siempre que ellos te quieran lastimar, lo van a hacer, encontrarte puede ser la cosa más fácil. 

—No entiendo lo que me quieres decir. 

—Solo hazle caso a tu padre, esta vez. 

Luego de esas palabras, al día siguiente no lo volví a ver, pude no haberlo hecho, pero él tenía un punto a su favor, no podía arriesgarme a que la gente me siguiera lastimando, no después de lo que ocurrió en California, luego de que se marchara y me dejara solo lo necesario para sobrevivir un par de meses, me las arreglé sola, estudié leyes, y gracias a mis buenas notas, pude conseguir una beca en la universidad de California, viviendo de prestamos estudiantiles, logré terminar mi carrera, obteniendo mi titulo como licenciada en derecho penal. 

No todo fue color rosa, ya que no pude graduarme debido a Nolan James, un estúpido niño rico que plagió mi tesis, haciéndoles creer a todos que yo había sido quien lo hizo y que le pertenecía a él, como era de esperarse, su padre movió todas sus influencias logrando comprar a los maestros y a la mayoría del cuerpo estudiantil, me tacharon de lo peor, retirándome así el diploma por el que con tanto esfuerzo luché. 

Ahora, él es un importante abogado que trabaja en uno de los bufete Moretti, en New York, mientras que yo, al no poder conseguir un trabajo en el sistema jurídico, tuve que conformarme con trabajar para una empresa de correos y documentos que están ligadas a las empresas jurídicas del país. 

—Una estudiante de graduada de la facultad de derecho en California —su voz me saca de mi ensimismamiento—. ¿No debería estar trabajando como asistente jurídico? Sus datos no coinciden con lo que puedo deducir, usted no tiene 25 años, parece más joven, ¿puedo saber qué ha estado haciendo desde que se graduó? 

Trago grueso. 

—Asuntos personales, señor, yo… intenté montar un negocio, pero fracasé —musito débil. 

Miento, el hombre ladea la cabeza, el desprecio en su mirada mientras me observa en silencio, hace que mi respiración se acelere y que mi pulso se dispare. Él no parece mayor que yo, sin embargo, mantiene su actitud letal, ¿por qué me mira de ese modo? 

—Sabe, yo también me gradué de la universidad de California. 

Un escalofrío recorre mi espina dorsal y un nudo se me atora en la garganta.

—¿Sí? 

—Sí, recuerdo que asistí al festival en aquella ocasión, todo el mundo hablaba de una alumna que había plagiado la tesis de Nolan James, hijo del famoso magnate Ferguson James —sisea—. Le cancelaron su título de posgrado y le quitaron los diplomas. 

Me congelo, no pudo haberlo descubierto, ¿o sí? 

El hombre se me queda viendo con mirada filosa, esperando una respuesta de mi parte, pero no puedo responder. Las palabras se me quedan atoradas y creo que estoy al borde del colapso. 

—Váyase a casa, señorita Smith, nosotros nos pondremos en contacto con usted, y buena suerte.

Eso es todo, recojo mis cosas y me marcho, sintiendo sus ojos negros aún clavados en mi espalda cuando salgo de la empresa.

[...]

Una semana más tarde… 

Finalmente me aceptan en esta empresa. Pero el problema es que la gente aquí no es amigable conmigo y tengo que pasar por un período de prácticas de tres meses para conseguir el trabajo.

Camino hasta el área femenina de vestidores, no encuentro a nadie cerca y eso me parece extraño, saco mi uniforme, me visto lo más rápido y hago mi trabajo lo mejor que puedo, para cuando es la hora del almuerzo, olvido mi bolsa en el casillero, llegando, lo abro y enseguida un nuevo terror se materializa delante de mí, varios pequeños ratones saltan sobre mí haciendo que grite. 

Puede que me haga la valiente, pero sigo teniéndole miedo a los roedores, algunos se me meten en las ropas e intento quitarlos, la risas estallan a mi alrededor, de pronto, todos salen de sus escondites, algunos tomando capturas y videos de mi desastre, mientras que las chicas solo ríen y se abrazan de sus parejas. 

¡Plagiadora! 

¡Plagiadora! 

¡Plagiadora! 

Gritan todos en coro, las lágrimas pican en mis ojos, cuando todo termina, veo que incluso han mojado mis cosas, dentro del casillero, quedan algunos ratones y tiemblo para sacarlos. 

—¡Pero qué sucede aquí! —grita al otro lado de la puerta, el supervisor—. ¡¿Qué significa esto?! 

El silencio reina el lugar, los chicos salen corriendo por la puerta trasera, mientras que las chicas me sonríen con malicia, la puerta se abre y el supervisor observa todo el desastre, sus ojos se entornan en mi dirección hasta que los entrecierra con la acusación latente en la punta de su lengua. 

—¡Tú! —me señala—. ¡A mi oficina, ahora!

—Pero no he hecho nada, ellos me… —intento decir. 

—¡Basta de excusas, señorita Smith, dije, a mi oficina, ahora! —exclama lleno de cólera. 

El supervisor, Otis Edwar, un hombre delgado, calvo y con enormes dedos largos, se da la media vuelta y sale del área de vestidores. 

—Eso te pasa por zorra —me dice una de las chicas a las que no conozco. 

—Sí, ¿por qué no entiendes que nadie te quiere aquí? —añade una pelirroja que es su amiga. 

Quiero decirles que yo tampoco quiero estar aquí, sin embargo, no tengo opción alguna, por lo que niego con la cabeza, y con mi dignidad arrastrándose por los suelos, me dirijo hacia la oficina del supervisor. Llamo dos veces hasta que me da el paso, levanta su mirada y sus ojos son como dos dagas de fuego que lanza en mi contra. 

—Mírate, es un completo desastre, señorita Smith —chasquea la lengua. 

Doy dos pasos hasta estar adelante de su escritorio. 

—La única razón por la que la considero todavía en el empleo, es porque es la más rápida para entregar los correos, si por mí fuera, ya la hubiera echado a la calle —me observa con desdén. 

Se queda callado un par de segundos. 

—¿Acaso no piensa defenderse? 

Me muerdo el labio inferior, no comprendo por qué me pregunta eso, si queda claro que no va a creer ni una sola de las palabras que le diga, por lo que prefiero no gastar saliva, tiempo y energía. 

—Bien, vaya a recoger ese desastre, se queda sin la hora de su almuerzo, y espero que esto no se vuelva a repetir, es la última vez que le paso algo como esto, una más, y juro que le daré una patada en el tarsero —espeta con rudeza. 

—Gracias, señor —mi voz es apenas audible. 

No dice nada más, giro sobre mis talones y paso el resto de la hora del almuerzo, limpiando todo el desastre que dejaron mis compañeros, con el estómago rugiéndome, me siento tan débil y sedienta. Para cuando termino, estoy agotada, más de lo normal, me esfuerzo por lo menos tomar agua, hasta que una de las secretarias del supervisor, se para delante de mí, extendiéndome unos documentos. 

—El señor Edwar quiere que entregues con urgencia estos documentos a la empresa Anderson, son importantes y ya vas tarde —dice esbozando una cruel sonrisa—. Te lo pidió hace veinte minutos. 

Un escalofrío recorre mi espina dorsal, ella lo ha hecho a propósito, me los ha dado tarde para que me vea afectada, los tomo entre mis manos con la rabia bullendo en mi interior. 

—Sí yo fuera tú, no perdería mi tiempo lanzando miradas de odio, cuando lo que tienes que hacer es que no te echen —mira su esmalte de uñas caro, mientras ensancha más su sonrisa—. No te vamos a extrañar si te vas, solo diré eso. 

M****a.

Salgo corriendo, me coloco mi gorra recogiendo mi cabello rubio, en el camino todos se burlan de mí, cierro los puños, no, papá me enseñó también que debo elegir mis batallas, y esta la perdería sin dudar. Me apresuro, la empresa Anderson es un sistema jurídico que no tiene que ver con la cadena de bufetes de los Moretti, pero que está en el foco al ser una de las importantes, por debajo de la familia Moretti, claro. 

Como puedo, llego en menos de diez minutos, bajo de la motoneta que nos asigna la empresa, entro a recepción y le pido a la mujer que está detrás del mostrador, que me permita pasar, explicándole el asunto de los documentos. 

—Si no tiene cita, no puedo dejarla pasar —arguye tan tranquila. 

Frunzo el ceño. 

—Creo que no me ha entendido, señorita, traigo unos documentos importantes para el señor Luke Anderson, me pidió mi jefe que se los entregara personalmente —trato de no quedarme sin aliento. 

La mujer que tengo adelante se digna a verme mejor, sus ojos se clavan en mi atuendo y arruga la nariz como si yo fuera una de esas plagas con las que nadie se quiere encontrar, levanta el teléfono y corrobora mi información. 

—El señor Anderson se encuentra en el último piso, está enfadado, date prisa —replica. 

Quiero decirle que es su culpa, ya estaría casi llegando de no ser porque se cree superior a mí, miro hacia los ascensores, todos están cerrados y ocupados, hasta que localizo uno al fondo, en donde solo veo entrar a dos hombres de traje, no les veo el rostro porque me dan la espalda. 

—Gracias. 

Corro hacia el elevador, escuchando a los lejos la voz alterada de la mujer recepcionista. 

—¡Espera, no puedes subir a ese! —grita y percibo la nota de terror en su voz. 

No me detengo para escuchar su última advertencia, si no entrego estos malditos documentos, mi vida laboral estará terminada, y no puedo darme el lujo de perder mi empleo, en especial porque necesito con urgencia el dinero, tengo una renta que pagar. 

Todos esos pensamientos se convierten de pronto en el filo de la daga que se me clava en el pecho, mi vida siempre fue difícil, en especial porque nunca crecí con mi madre, ella murió cuando era apenas un bebé, y ahora mi padre también me había abandonado, la rabia que me hace sentir eso, es el empuje que necesito ahora mismo. 

De último momento entro jadeando, es tanta mi velocidad por no perder el elevador, que pierdo el equilibrio y me voy hacia adelante justo cuando las puertas se cierran a mis espaldas, espero con los ojos cerrados mi golpe en la nariz contra el suelo, no llega, siento un par de manos fuertes que detienen mi caiga, la luz del elevador es tenue, levanto la mirada y me olvido de respirar al encontrarme con un par de ojos grises, salvajes, intimidantes, la clase de ojos que no quieres que te miren porque es como si absorbieran tu alma. 

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