El vestido de seda roja se deslizaba como agua sobre la piel de Valeria mientras se miraba en el espejo de cuerpo entero. La prenda, diseñada exclusivamente para ella por orden de Aleksandr, abrazaba cada curva de su cuerpo con una precisión casi obscena. El escote en la espalda descendía peligrosamente hasta la base de su columna, mientras que el frente, más recatado pero igualmente sugerente, dejaba entrever el nacimiento de sus pechos.
—Pareces una diosa —murmuró Zoe, sentada en el borde de la cama con una copa de champán en la mano—. Una diosa rusa, para ser exactos.
Valeria sonrió con nerviosismo mientras se colocaba los pendientes de diamantes que Aleksandr le había regalado esa mañana.
—No sé si estoy preparada para esto —confesó, sintiendo cómo el estómago se le retorcía—. Una cosa es vivir con él y otra muy distinta es presentarme como su pareja oficial ante toda la élite de la ciudad.
—Y ante la mafia rusa —añadió Zoe con una sonrisa traviesa—. No olvides ese pequeño detalle.