46. No olvides nunca quién marca tus límites
Lana de repente lo empujó mostrando la ira que tenía acumulada por el reciente suceso.
—¡Eres un maldito animal! ¡Un cobarde! ¿Eso era necesario?
Eryx la miró con la mandíbula apretada.
—Sí. O eso… o ver cómo te azotaban en la plaza.
—Prefería los azotes antes que arrodillarme ante ti.
Él caminó hacia ella con los ojos ardientes.
—A menudo pienso contigo arrodillada, pero no de esa forma, cachorra.
La tensión volvió a arder y Lana lo miró horrorizada aunque sus palabras habían removido algo por dentro.
—¡Eres un pervertido! ¡Atrevido!
Él casi entornó los ojos.
—Creí que sabías cuándo callar —dijo Eryx y su voz sonó peligrosa.
—A veces la verdad simplemente sale de mi boca, sin que pueda contenerla —gruñó Lana con la boca apretada.
Eryx dio un paso más cerca, la proximidad provocando que ambos contuvieran la respiración. Había un choque entre deseo y deber que ninguno podía ignorar.
Sus ojos se encontraron y en el centro de esa mirada estaba todo lo que no se podía decir, rabia, orgull