126. Su salvación y su ruina
Pero aún de espaldas lo sentía clavado en su nuca, en su columna, en la piel sensible de la parte trasera de sus muslos.
Tuvo la certeza de que esa noche ninguno de los dos dormiría realmente. Separados por varios metros y por un deseo que ya no podían seguir negando.
Su voz cruzó la habitación como una caricia oscura, lenta, como si cada palabra hubiera estado esperando años para salir.
—¿Sabes qué es lo peor, Lana?
Ella no respondió, ni siquiera giró la cabeza pero su cuerpo se tensó bajo la manta a la que se había aferrado tan desesperadamente.
—Podríamos acabar con esto, podría darte todo lo que quieres, si me dejas —hizo una pausa deliberada casi cruel—. Puedo sentir tu olor cambiando, como si tu cuerpo ya hubiera decidido rendirse.
Lana sintió que el aire se le escapaba de golpe.
Un escalofrío le recorrió la columna vertebral, tan violento que se sintió amenazada.
—No, eso no pasará —susurró apenas audible.
Pero su voz tembló traicionera.
Eryx soltó una risa baja, casi inaudible