La marcha continuó durante horas por un terreno irregular y ascendente, Lía ya no podía simplemente "filtrar" el dolor de Aiden, se había convertido en una marea constante.
Cada vez que el miedo o la rabia de Aiden se intensificaban, Lía sentía una oleada de frío paralizante que irradiaba desde la cicatriz, sentía la humillación de Aiden como una presión en el pecho, la pérdida de su manada como un vacío en el estómago, El Maestro había logrado un mecanismo perverso: el lazo roto se había convertido en un conducto de castigo.
Durante un breve descanso en la base de un risco, Lía se apartó para beber agua, Aiden, incapaz de mantenerse alejado por mucho tiempo, se acercó a ella, sus ojos inyectados en sangre por la falta de sueño y el sufrimiento constante.
"Lo siento, Lía," susurró Aiden, su voz áspera y rota "No puedo evitarlo, cada vez que intentas usar tu poder, mi lobo... mi lobo grita, grita que estás robando lo que me pertenece, que estás envenenando el lazo."
Lía lo miró fijamen