El ambiente dentro de la cueva, ahora desprovisto de la presencia corrosiva de El Maestro y la locura fanática de Tiber, se sentía denso y frío, saturado por el hedor persistente de la traición y la amenaza inminente que se cernía sobre ellos, el pequeño respiro tras la liberación de Caleb había sido una victoria mínima, un suspiro que sólo servía para confirmar una verdad brutal: el ritual final se acercaba, impulsado por el Juramento Quebrantado, y la Marca Rota de Lía era, indiscutiblemente, la pieza central del drama que se desarrollaba.
La ruta hacia la Ciudad de Piedra, un topónimo que resonaba con la grandilocuencia de la mitología olvidada, se estimaba en tres agotadores días de marcha ininterrumpida a pie, cuatro figuras, tensas y marcadas por el dolor y la determinación, se movieron bajo el manto de la última oscuridad antes del amanecer: Lía, la brújula psíquica y el sacrificio predestinado, Ethan, la sombra protectora, Seth, la estrategia fría, y, por último, el Alfa Aiden