El Santuario Interior, ese vasto abismo de obsidiana en el que se encontraban Lía y sus Alfas, se disolvió, la Agonía Nivel Cinco de Aiden se transformó en un zumbido distante y constante, el ritmo cardíaco del tiempo que se desaceleraba, en ese paréntesis forzoso, justo antes de la confrontación con El Maestro, la conciencia de Ethan retrocedió, ya no era el Ancla agotado, sino el joven forastero, el Alfa Sin Marca que buscaba un lugar.
El aire era cálido, viciado por el humo de la fundición y la tensión constante de una comunidad al borde del colapso, Ethan nunca había conocido el lujo de la pureza de linaje de Aiden o la ambición codificada de Seth, había crecido en los márgenes, en una ciudad subterránea y autosuficiente conocida como el Cónclave del Cobre, donde la supervivencia se basaba en la utilidad, no en el apellido.
Ethan era un Alfa, su aura, cuando la liberaba, era vasta y cálida, una energía que irradiaba una sensación de firmeza y calma, pero esa aura carecía del sello