El viento del exterior, que azotaba las alturas donde ninguna manada se atrevía a establecerse, se sintió como un bálsamo en la piel de Ethan, había dejado atrás el humo, la traición y la utilidad condicional del Cónclave del Cobre, su paso no era el de un fugitivo, sino el de alguien que abandonaba una prisión.
Pero la libertad que encontró en las vastas, frías estepas no era paz, era un vacío que debía llenar con una verdad irrefutable sobre sí mismo.
Durante las primeras semanas, Ethan no hizo nada más que caminar y reflexionar, se despojó de toda necesidad: comida mínima, refugio improvisado, el objetivo no era la supervivencia, sino la anulación de las necesidades impuestas, quería entender por qué la Autoridad de Linaje (la de Riel) había tenido tanto poder sobre su Voluntad personal.
La respuesta llegó durante una noche helada, mientras observaba una tormenta psíquica que reverberaba en la distancia, nacida de la furia de alguna manada vecina.
Se dio cuenta de que su fuerza no