El estruendo de la implosión psíquica que Seth había forzado reverberó por todo el Laberinto, un acto de sacrificio de energía que selló su lealtad táctica a Lía.
Lía no perdió tiempo, la brecha forzada en la roca, por donde la energía de Seth se había quemado, ya se estaba cerrando, se deslizó a través de ella, cayendo en el oscuro túnel Sur, Seth, agotado, la siguió a duras penas, su forma Alfa tambaleándose.
“¡Rápido! El Maestro enviará la respuesta a este ataque,” jadeó Seth, su cuerpo pagando el precio de la Concesión Desinteresada.
Lía avanzó, guiada ahora por el leve pulso de desesperación que la mente de Ethan había enviado antes de que su fuerza se agotara, el túnel era estrecho y empinado, y pronto se abrió a la pequeña cámara donde el cuarzo vibrante de obsidiana absorbía la voluntad.
Lo que Lía vio la golpeó más duramente que cualquier onda de choque psíquica.
Ethan, el Ancla, yacía arrodillado frente al pedestal de obsidiana, su rostro ceniciento y cubierto de sudor, su a