El grillete aún ardía en su muñeca, no con dolor, sino con una intensidad que se sentía viva. Como si respirara. Como si le recordara a cada segundo que ya no estaba sola dentro de sí misma.
Rhea caminaba lentamente junto a Kael por el corredor interior del Templo de la Llama Eterna, aún envuelta en el torbellino de emociones que el vínculo había desatado. El aire se había tornado más espeso, cargado con una energía silente que parecía emanar de las piedras mismas. Cada paso resonaba como un eco ancestral, y su cuerpo aún vibraba, como si una corriente invisible la recorriera de forma constante.
Kael no la miraba, pero su proximidad era abrumadora. A cada movimiento, a cada respiro, ella lo sentía en su