Cap. 73: Una aliada de peligro.

Amelia abrió la puerta del apartamento con la llave que todavía llevaba en el llavero con forma de estrella. Apenas giró la cerradura, Teo entró corriendo, con Mateo en brazos como si cargara a un muñeco malherido.

—¡Estamos en casa! —gritó con ese entusiasmo que solo los niños entienden después de un viaje.

Iker entró detrás, cargando las maletas. Su chaqueta estaba arrugada por el trayecto, pero su expresión tenía esa mezcla de paz y nostalgia que siempre lo invadía al entrar en el hogar de Amelia. Aquel lugar tenía algo que su propio apartamento no: vida. Y olor a galletas. Siempre había olor a galletas, aunque nadie las estuviera horneando.

—Voy a dejar esto en tu habitación —anunció Amelia, tomando una de las mochilas de Teo.

El niño no la escuchó. Estaba muy ocupado examinando a Mateo sobre la alfombra, frunciendo el ceño con la concentración de un ingeniero aeroespacial.

—Mamá, Mateo sigue raro. Mira —le enseñó el robot a Iker, moviéndole uno de los brazos mecánicos que antes r
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