Cap. 33: ¿Te quitaste la ropa por gratitud o por placer?
Los primeros pasos fueron torpes. Ella se dejó guiar, aunque la proximidad de su cuerpo le robaba concentración. Poco a poco, sus movimientos se fueron acoplando. Él marcaba con suavidad, ella respondía con naturalidad. La música los envolvía, cada nota acercándolos más, como un hechizo lento que calaba en la piel.
El laboratorio, con sus luces tenues y aparatos electrónicos parpadeando en segundo plano, se volvió un rincón fuera del tiempo. Bailaron entre risas, con roces apenas disimulados en los hombros, en la cintura sus cuerpos chocaban por accidente, pero ninguno pedía disculpas.
La mano de Iker se deslizó con soltura por la espalda de Amelia, guiándola. Ella sintió el calor de su palma quemándole la tela. Sus caderas comenzaron a moverse al mismo ritmo, un vaivén que dejaba de ser casual. Había roce. Había electricidad. Él giró, y ella giró con él, hasta quedar de espaldas a su pecho. Su aliento rozó su oído.
—¿Segura que no extrañas bailar? —susurró él, con voz baja, grave.
—E