Cap. 122: Epílogo.
Manhattan despertaba abajo con su ruido habitual, pero allí arriba, en el apartamento de los Balmaceda, todo parecía moverse a otro ritmo, más lento, más íntimo, como si la ciudad hubiese aprendido a respetar lo que estaba ocurriendo entre esas paredes.
Amelia estaba recostada en el sofá, con el cuerpo ligeramente ladeado y una manta cubriéndole las piernas. Llevaba una mano apoyada sobre el vientre, aún plano para cualquiera que no supiera mirar, pero distinto para ella. Dos meses. Apenas un susurro de vida creciendo dentro, y aun así, suficiente para haber desplazado el centro de todo.
Las náuseas la habían sorprendido con una intensidad que no esperaba. Había mañanas en las que le costaba incluso incorporarse, y otras en las que el simple olor del café la obligaba a cerrar los ojos y respirar hondo. Pero no estaba sola. Iker se había convertido en una presencia constante, silenciosa y atenta, y Teo… Teo había asumido el embarazo como un proyecto personal.
Teo estaba de rodillas fre