Desde el instante en que crucé las imponentes puertas de cristal, una sensación de nostalgia me invadió.

Desde el momento en que llegamos a la casa de novias, supuse que elegiríamos juntos el vestido de novias de Wen, o al menos pasaríamos a recogerlo. Y conociendo a Wen, lo había imaginado como un lugar de ensueño, riquezas y elegancia subliminal. Un santuario que encarnara la belleza romántica que Wen simboliza.

Sin embargo, al pisar el suelo de mármol pulido, la realidad me pegó de golpe.

El ambiente que me envolvía era el de un palacio abandonado, un vestigio aristocrático congelado en el tiempo, que recordaba la magnificencia de la era barroca. Los altos muros estaban decorados con tonos dorados y rojizos, mientras intrincadas molduras y relieves recalcaban los excesos de la nobleza. Cada centímetro de aquel espacio parecía respirar historia.

Caminé despacio, dejando que cada paso resonara en el mármol. La luz que se filtraba a través de los altos ventanales creaba juegos de som