Luego de un par de meses de aquella noche del casino; me encuentro mirando televisión con mi hija cuando se me ocurre algo que quería hacer hace mucho tiempo, y que mejor hacerlo ahora que puedo y que tengo la oportunidad. Busco mi teléfono y marco.
—Hola, hija. —Atiende al tercer repique mi madre.
—Hola, ma. —Lo mío no es hablar por teléfono, que quede claro.
— ¿Cómo estás? ¿Cómo está Ayelen? —quiere saber. Mis ojos se dirigen hacia mi hija, que se encontraba muy concentrada mirando los dibujitos animados.
—Bien, estamos acá, viendo tele. —Sí, definitivamente esto no es lo mío, me quedo con el W******p.
—¿Estás cómoda en tu nueva casa? ¿Cuándo voy a ir a conocerla? —Me había olvidado de ese pequeño detalle: mi familia todavía no conoce la casa.
El hecho es que quería tener las habitaciones decoradas y terminadas a mi gusto primero; es una casa muy linda, casi a mi gusto y el lugar es genial y muy tranquilo, sin vecinos molestos y entrometidos, ya que todas las casas están un poco aisladas por enormes patios y jardines.
—Eh... Sí, este fin de semana, por eso te llamaba —Mentirosa—. Por eso y porque tengo que pedirte un favor muy grande —suspiro, cruzando los dedos; ojalá que me diga que sí.
—A ver, ¿qué es lo que me quieres pedir? —azuza, con ese tono de "a ver con qué me sales ahora".
—Bueno, necesito que me cuides a Aye un par de semanas. —Espero el grito.
—¿Qué? —Y ahí está mi grito, ja—. Ni loca —chilla como si le hubiera pedido que asesinara al Presidente.
—¿Por qué no? Ni siquiera me preguntas porqué te estoy pidiendo que la cuides tanto tiempo, ni nada me preguntaste; por favor —le suplico, odio hacerlo.
—¿Por qué quieres que la cuide tanto tiempo? —cuestiona con tono aburrido, como diciendo que no importa el porqué, la repuesta sigue siendo "no".
—Porque me quiero ir a Alemania —le lanzo, sin más.
—¡¿Qué?! —vuelve a gritar, haciendo que corra el tubo de mi oído. Por Dios, qué exagerada.
—Lo que escuchaste. Quiero ir a Alemania y no la puedo llevar a Aye hasta que no termine con los documentos de ella y toda esa berenjena. ¿Puedes hacerme ese favor?
—¿Y por qué quieres ir a Alemania?
—Porque quiero conocer ese país y ahora puedo —le respondo.
—¿Te vas a ir sola? —me interroga. Con eso quiere decir que la lleve conmigo, pero si la llevo conmigo no me puede cuidar a Aye. Buena jugada, mamá.
—Voy a ir con Sole.
—¿Por cuánto tiempo? —pregunta, analizando el campo.
—No sé, dos o tres semanas. ¿Me la vas a cuidar o no? Dime que sí, no puedes hacerme perder esta oportunidad —soné muy victima sufrida. Un Oscar para mí.
—Pero Lina, yo tengo que trabajar y ella tiene escuela... —la detengo.
—No hay problema con eso —tengo que pensar rápido—. Escucha... —Sin detener mi parloteo, le explico todo lo que se me había ocurrido y, con respecto a su trabajo, bueno, ella es enfermera, lleva veinte años trabajando en el mismo lugar; aunque sé que es algo que le apasiona, también sé que merece unos días fuera del hospital, así que debe reclamar sus vacaciones—. No debes preocuparte por nada, en absoluto —tomo aire para llenar mis pulmones después de esa perorata.
—¿Cuándo te irías? —pregunta, al fin.
—La semana que viene, o a mediados de la otra, en cuanto tenga los papeles en regla.
—Bueno, está bien —me regala un sonoro suspiro—. La cuido. —Yo grito de la alegría —. ¿El fin de semana vamos a conocer tu casa? —indaga.
—Sí, sí... El domingo al mediodía los voy a buscar... No se preocupen por nada, yo me encargo de todo. —Estoy tan contenta, que hasta les lavaría la ropa... Ok, no, tampoco hay que ser extremistas.
—Bueno, el domingo te esperamos y hablamos bien... Besitos —dice.
—¡Besos! —grito emocionada, para luego cortar la llamada.
Tengo que llamar a Sole y convencerla para que viaje conmigo; no quiero hacerlo sola. No creo poder hacerlo sin compañía, no me sentiría cómoda.
—Hola, chica, ¿qué pasa? —saluda, del otro lado de la línea.
—Hola, Sole, eh... tengo una propuesta para hacerte —suelto.
—¿Qué propuesta?
—Bueno... ¿Quieres ir a Alemania conmigo? —suelto sin más, cerrando los ojos.
—¡¡¿Qué?!! —grita.
—Lo que escuchaste, Sole. ¿Me acompañas a Alemania? Quiero ir la semana que viene —hablo con velocidad.
—No puedo ir a Alemania; tengo que trabajar, no tengo dinero, no tengo ropa... No puedo —intervengo, antes que siga con más patéticas excusas.
—¡Basta! —digo, a casi un grito —. La puedes cortar con los no... No esto, no lo otro; eres "doña negativa". El lunes tengo que ir a hacer los papeles, y tú me vas a acompañar para hacer los tuyos. Por el trabajo no te preocupes; cualquier cosa, trabajas conmigo —aseguro con complicidad.
—Si no estás trabajando, Lina —me recuerda con desdén, como si le estuviera haciendo una broma.
Es verdad, desde que cobré el dinero del casino dejé de trabajar para ocuparme de la casa, y porque la verdad quiero hacer otra cosa y dejar de trabajar en los eventos.
—No, no lo estoy; pero cuando volvamos voy a buscar un sitio para abrir ese restó o café que tanto quiero. Eso ya voy a ver en cuanto encuentre el lugar, y vas a trabajar conmigo en el arte culinario, eso que tanto te gusta; vas a poder usar la cocina como laboratorio. Ahora ya no tienes excusas— le aseguro con arrogancia.
—Bien, suena como una buena idea —dice dudosa.
—¿Qué? Suena como una estupenda idea, unas de las mejores que he tenido te podría decir.
—Bien, es una de las más grandes ideas que has tenido —se toma unos segundos —. ¿Entonces, nos vamos la semana que viene? —termina su pregunta soltando un grito.
—¡¡Sí!! —chillo, igualándola y saltando arriba del sofá.
¿Les dije que odio hacer trámites? Pues, así es. Perdí todo el maldito día, estoy cansada, con hambre y de muy mal humor; lo peor, es que tengo que pasar a buscar a Ayelen por la casa de mi madre y me va a retener lo suficiente para hacerme todas las preguntas que no voy a poder responder. Y todo eso sin contar que no pegué un ojo en toda la noche; mi euforia y mi adrenalina fueron las causantes de mi insomnio.
—Hola, mamá —la saludo entrando a la casa.
—Hola, Lina. ¿Cómo te fue?
—Bien, solo hay que esperar a que llegue el pasaporte —contesto, sentándome en una silla, bastante cansada—. ¿Cómo te portaste? —le pregunto a Aye, dándole un beso en la mejilla y sentándola en mi regazo.
—Bien, como siempre —responde, sin un ápice de inocencia. Pequeña demonia.
—¿Y para cuándo los vas a tener? —es oficial: empezaron las preguntas.
Solo quiero irme a dormir... lloriqueo por dentro.
Después de contestar preguntas «de las cuales no sabía las respuestas», salí de ahí. Ya estando en mi casa, tenía la intención de echarme en la cama como una morsa varada y así lo hice, aunque no puedo decir que dormí como era debido, pero al menos estoy un poco menos cansada que ayer. Me apresuro con el desayuno y apremio a mi hija también.
—Aye, vamos a llegar tarde, ¿puedes terminar la chocolatada de una vez?
—¡Ya terminé! —grita, saltando para agarrar su mochila.
Esta chica está loca por la escuela; diría que es una mininerd, si no fuera porque no es muy buena con las tareas y que simplemente le gusta jugar con sus amiguitas. Subimos al auto, Aye en el asiento de atrás; le abrocho el cinturón de seguridad y me dispongo a subir en el asiento del piloto. Después de dejar a Aye en la escuela, prendo el estéreo y dejo que Jason Mraz invada el silencio dentro del vehículo, con la canción "Mr. Curiosity" mientras me dirijo rumbo a la casa de Sole. Hoy, día de shopping, y como amo esos días —mentira, los odio—; no soy amante de eso y menos con ella, que se pierde en todas las tiendas y se prueba todo una y otra vez, hasta que por fin decide qué llevar.
—Tenemos que comprar ropa para invierno, un invierno muy frío —le hago saber a mi amiga mientras veo como mira una pollera de tubo.
—Ya lo sé, no soy tonta —apostilla, ladeando la cabeza investigando más su objetivo.
—Es bueno saberlo —azuzo.
—¿No podrías haber elegido un lugar más cálido? —Ahí vamos—. No sé... ¿Como Brasil?
Ella solo quiere ir allí por una sola razón, y su cromosoma es Y.
—Solo quieres ir a Brasil para babearte con los brazucas —le acuso, haciéndole muecas divertidas cuyo propósito es hacerla reír.
—¿Y eso que tiene de malo? ¿Me vas a decir que no quieres un morocho bien grandote para abanicarte? —pregunta sonriendo.
—Obvio que sí, y otro para que me haga caipirosca. Pero primero quiero ir a Alemania y después, en el verano, nos vamos a Brasil. ¿Dale? —Le dedico mi mirada más tierna.
—Bien, bien; pero más te vale que me lleves a Brasil y bailemos axé con tres "morochios" cada una —entona, medio en serio, medio en broma. Y por supuesto que lo íbamos a hacer, aunque ir en el verano no iba a ser buena idea, nos cocinaríamos en Brasil y no soy muy partidaria del calor.
—Tenemos un trato. Ahora deja de quejarte y compremos de una vez —le digo apurándola.
Después de comprar mucha ropa, muy abrigada, fuimos a buscar a Aye a la escuela para ir al cine; a ella también le compré ropa y cosas que sé le van a gustar. Es decir, ponis; varios, de hecho.
—¿Puede ser que te comportes? No puedes andar coqueteando con el chico de los pochoclos —le reprendo.
—Ahora eres una hipócrita, tu si puedes coquetear con el barman de la otra noche y yo no con ese chico —apostilla, señalando al chico sin ningún problema de que él la vea.
—Pero no estaba con mi hija adelante mientras coqueteaba —respondo, enojándome por su desfachatez.
—Cómo sea, ¿lo llamaste? —pregunta, como quien no quiere la cosa.
—¿A quién? —Ya le perdí el hilo.
—Al barman, Lina, ¿a quién va a ser? —entona, divertida por mi reacción cuando lo nombró.
—¿Y por qué lo voy a llamar? —indago, obviamente evadiéndola.
—Porque para algo te dio su número —contesta la muy descarada.
—¿Cómo sabes que me dio su número? —Entrecierro los ojos, escrutándola con la mirada.
—Ay Dios, deja de hacerte la desentendida... Me lo dijo él; cuando fui por más tragos, me dijo —se aclara la garganta e imita la voz del barman—: Dile a tu amiga que el número que le di es mío, que me llame cuando quiera —recita sonriendo.
Genial; el barman ya abrió su linda boquita, y como si fuera poco lo hizo con Sole, que es la peor para mantener la boca cerrada.
—No lo voy a llamar —declaro.
—¿Por qué no? —pregunta, con voz chillona.
—Porque ahora no tengo ganas de llamarlo. Además, pasó hace semanas y seguro ni se acuerda de mí, y sin contar que ya nos vamos a Alemania y no va a tener sentido llamarlo. Capaz cuando volvamos —explico, encogiéndome de hombros.
—Bien, como quieras —expresa—. Aunque pienso que deberías llamarlo.
—Sole —advierto.
—Alguien debe darte la despedida —se excusa.
—Quizás cuando vuelva lo llamo así me da la bienvenida.
—Esa idea me encanta —canturrea moviendo las cejas.