—No sé. Una sonrisa, una mirada, un gracias; eso es lo que haría cualquier chica cuando le pagan el almuerzo —levanta un dedo—. Ya sé que no eres como cualquier otra chica; créeme, lo sé, lo vi, y ese día lo comprobé. Tu reacción, amén de divertirme, me encantó, y me dije que necesitaba más de eso; más de ti —se detiene solo para observarme con ojos de... ¿admiración? Me escruta con la mirada, y de alguna manera hace que me sienta vulnerable.
—¿Y entonces?
—Bueno, ese día tuve que irme por trabajo; pero cuando regresé, hablé con el conserje para que cada vez que bajaras o salieras del hotel me avisara —agacha la mirada como si tuviera vergüenza de lo que hizo ya mí me pareció de lo más tierno; un poco espeluznante, pero muy original y tierno.
—Oh mar, que tenías un topo; maldito conserje —demando riendo, entonces él se relaja y ríe conmigo.
—No compañeros al mensajero.
—Bueno, debo reconocer que es tierno lo que hiciste, aunque un poco raro, por decirlo de una forma suave; igual me gustó, eres insistente —digo, regalándole una sonrisa sincera.
—Pero te gusta —afirma, levantando la barbilla y sonriendo.
—Y arrogante, también.
—Y te gusta también —repite, esta vez acercándose a mí.
—Ególatra.
—Te encanta —asegura, mordiendo mi labio inferior.
—Por casualidad, ¿tu segundo nombre no es Narciso? —pregunto divertido conforme toma la taza de mis manos y la coloca en la mesita de noche, para luego acomodarme suavemente entre el colchón y su cuerpo.
—No —respondió riendo; pasa su lengua por mi labio inferior y luego por el superior. Succiona ambos a la vez... Y se acabó lo que se daba; él maldito teléfono empezó a sonar—. No atiendas —pide, reteniéndome en la cama con ambos brazos en los costados de mi cabeza y aplastándome con medio cuerpo.
—No puedo; puede ser importante —la verdad es que no quiero atender, pero puede ser mi hija. Estiro el brazo a la mesita y tomo el celular—. ¿Único? —atiendo, al tiempo que Alex reparte besos sobre mi cuello.
—No me digas que te desperté —canturrea.
—No, no me despertaste. ¿Pasó algo?
—No, quería saber cómo estabas —Eso de "quería saber cómo estabas" viene con otra cosa más, y presiento que capaz no me gusta—... y Erik me dijo que les preguntaría si quieren ir al río —explica en forma lenta y pausada.
—El que quiere ir al río, no es Erik, sino la señorita culo inquieto —la acuso; es una maldita mentirosa.
—Bueno, sí; pero él los invita a ustedes. Vamos a hacer un picnic... ¿van a venir?
—Sole, no me gustan los picnic —Ella lo sabe, ¿por qué no van solo ellos dos?
—Los espero; no vengas muy tarde, que en una hora nos vamos y seguro tienes que cambiarte — dicho eso, corta la llamada, ignorando épicamente lo que le dije; y para peor, ni tiempo a replicar me dio.
—¿Quieres hacer un picnic? —curiosoa Alex, mirándome con su media sonrisa de lo más divertido.
—Eso parece; vamos a tener que seguir el tema del mañanero argentino en otro momento —Hace morritos, pareciendo un nene caprichoso, y eso me i***a a morderle el labio que le sobresale por la mueca y me carcajee.
Nos levantamos a regañadientes para alistarnos, siendo conscientes de que si no lo hacíamos, ellos vendrían por nosotros. Al cabo de 20 minutos estábamos en el piso donde se encontraba mi habitación. Entramos en ella y Sole viene corriendo hacia mí con una botella de vino en una de sus manos, y gritando.
—Mira, Lina, te conseguimos tu vino favorito.
Me pone el vino en la mano, me abraza, luego abraza a Alex y nos guía a la mesa, llevándome a arrastras de la mano; le echo una mirada a Alex y él me sonríe elevándose de hombros. Divisamos un importante membrete sobra la mesa; comida, fiambres cortados, copas, un mantel, una... ¿canasta? ¿Esto está pasando de verdad? ¿Mi amiga está poseída por Mary Popins? Solo le faltan las trenzas.
—Hola, muñeca—me saluda Erik con un beso en la mejilla—. Sole me dijo que te gustaba este vino, así que trajimos dos botellas —exclama y le tiende la mano a Alex, para luego abrazarse y saludarse como hacen los hombres, palmeándose la espalda.
—¿Quieren emborracharme?
—Nada de eso; solo ponerte alegre, así te convenceremos para que surfees —explica Erik, al tiempo que toma por la cintura a Sole. Yo largo una carcajada forzada y maliciosa.
—No sabía que eras comediante.
—Lina, si lo hice yo, que soy pésima deportista...
—Y no tienes coordinación con tus extremidades.
—Muy graciosa Jet Li —me mira entrecerrando los ojos—. Como decía, si yo que no soy buena en todo eso y lo intenté, tú, que haces defensa personal y ese karate raro, lo puedes intentar... A menos, claro, que no te animes.
—Ah, no; No me vengas con eso, que te conozco. No pienso caer en ese jueguito tuyo —Ni loca me subo a una tabla de surf con el frío que hace.
—¿Sabes artes marciales? —me pregunta Erik, sorprendido.
—Sí, Shuji-tsu.
—Mi chica sabe patear traseros —exclama Alex.
Al escuchar esa expresión nos miramos con Sole y estallamos en risas; no podíamos parar, ellos nos observaban sin entender por qué nos reíamos de esa manera. Hasta que Erik no aguantó más.
—¿De qué se ríen?
—Patea traseros —repite Sole, sin aire por la risa.
—¿Y qué es lo gracioso? – Cuestiona Alex.
—Nosotros no decimos traseros —respondo cuando me calmo.
—¿Y cómo dicen?
—Culos —suelta Sole, estallando en risas de nuevo.
Ellos se miraron, y luego nos miraron a nosotras como si estuviéramos locas.
—Creo que deberíamos sacar el vino de aquí —anuncia Alex, sacando la botella de vino de mi mano.
—Bueno, amigo, voy a sentarme por allá hasta que se calmen y estén listos para salir —le avisa Erik señalando el sofá, para después acomodarse en él.
Alex se acerca a mí, me alza poniéndome sobre su hombro como si fuera una bolsa de papas, dándome un cachetazo en el culo para que me calmara «cosa que no tuvo resultado alguno»; me lleva al balcón, se sienta en la reposera y me acomoda a horcajadas sobre él. Empieza a besar mi cuello, luego mi oreja y, sí, ya me calmé; Creo que él sería capaz hasta de calmar el hipo de esta manera.
—Tienes una risa muy contagiosa —Besa mi cuello.
—Gracias; de todas formas, ya acabé con el ataque de risa —jadeo, tirando la cabeza hacia atrás y enredando mis dedos en su cabello.
—No quiero que acabes; al menos, no por ahora.
Oh, por el bebé Jesús en el pesebre, no me puede decir eso estando acá y con los otros dos a metros de nosotros, ni mucho menos puede hacer lo que está haciendo con sus manos. Me voy a patear la cabeza mentalmente hasta que vuelva a mi casa, por haberme negado tanto a esto.