—Despierta, ángel —escucho decir a Alex, mientras besa mis labios. Ronroneo, me estiro, pero no abre los ojos; no quiero despertar—. Te traje tu dosis de cafeína de la mañana —lo ignoro—. ¿Tengo que usar otra técnica para despiertes? —pregunta, mordiendo mi labio inferior.
—Mmm... Usa esa técnica —hablo agarrando su labio, atrayéndole hacia mí.
—Es una pervertida, señorita Rinaldi.
—Solo has que despierte, sin hablar —le propongo.
Lo encarcelo con mis piernas por sus caderas. De su boca se escapa un gemido; haciendo caso a mi petición, repartió besos por mi cuello y mis pechos.
—No creo cansarme nunca de ti —declara, pasando su lengua por mis labios.
—Esa es la idea.
Baja con sus labios, marcando su camino en cada beso que va dejando caer.
—Puedo darte muchas ideas —dice una vez que su boca llego a mi ombligo. Lo succiona y sigue su camino hacia el sur de mi cuerpo.
—¿Y no tienes miedo de que me apropie de alguna de ellas? —Jadeo al sentir como sus dedos entran en mi interior.
—Puedo soportarlo —responde, mordiendo uno de mis labios vaginales.
Empieza a mover sus dedos en círculos e instintivamente mis caderas aman ritmo. Sopla mi botón haciendo que quiebre la espalda, luego lo succiona.
Sigue jugando con sus dedos en mi interior en forma circular, y con su lengua coja una y otra vez, haciendo que me pierda en esa sensación. La sangre me hierve, me cuesta respirar. Él no para de succionar y morder mi fruto excitado, con sus dedos hurgando mi interior y acoplándose con su boca juguetona. Mi cuerpo avecinó mi orgasmo y él también lo sintió, ya que aceleró el ritmo, y cuando convulsioné, succionó con más fuerza exprimién-dome.
Su boca toma mi clítoris, succionando cada vez con más fuerza, haciendo que mis manos tomen las sábanas en puños para poder pasar el dolor-placer que me está infringiendo de esa manera. Una vez que mi orgasmo termina y mi cuerpo se calma un poco, sube por mi cuerpo y atraca mi boca, dándome a probar mi sabor.
—Te gusta cómo sabes? —Asiento en silencio, pasando mi lengua por mis labios—. Dilo, quiero escucharte.
—Me gusta —Vuelve a besarme; con un movimiento firme lo doy vuelta, dejándolo de espalda contra el colchón—. Ahora me toca a mí.
Ataco su cuello, bajando por su clavícula; luego le muerdo un pezón y lo escucho jadear. Raspo mis dientes en su pezón, para después chuparlo, arrancándole un jadeo más sonoro. Bajo por su cuerpo, marcando un camino con mi lengua hasta llegar a su pelvis, paso mis dientes por esa zona, haciendo que se arquee y gruña. Llego hasta su pene y le paso la lengua como si fuese un helado, para luego presionarla en la punta del glande y después me lo meto todo en la boca; lo miro desde mi posición y puedo ver como cierra los ojos, tirando la cabeza hacia atrás y apretando la mandíbula, lo vuelvo a sacar lentamente; al llegar a la punta lo aprieto suavemente con mis dientes, escucho como gruñe y vuelvo a meterlo todo en mi boca, y empiezo lentamente a succionarlo subiendo de intensidad. Alex no deja de gruñir; con una de mis manos aprieto suavemente sus pelotas, jugando con ellas, y él comienza a mover las caderas con más intensidad.
—Lina... —jadea mi nombre una y otra vez, agarrando mi cabello, y yo sigo succionándolo, jugando con sus pelotas al mismo tiempo, sin dejarlo ni respirar—. Lina... para... Por favor... —gruñe, me toma de los hombros haciéndome subir hasta él—. Quiero estar dentro de ti —demanda y me acomoda sobre él, penetrándome sin más. Yo gimo, él gruñe, y empiezo a moverme en forma circular; clava sus dedos en mis caderas y tira su cabeza hacia atrás—. Vas a volverme loco —masculla entre jadeos. Se sienta pegándome a él, agarrándome fuerte de la espalda, moviéndose más rápido; luego toma uno de mis pechos y se lleva mi pezón a su boca, lo muerde y lo chupa, juega con él con su lengua, sin dejar las estocadas enérgicas.
—Alex... No aguanto más.
Me besa con pasión, con lujuria, embistiéndome con fuerza con su lengua y su pene. Pone una de sus manos entre nosotros, tocándome, haciendo fricción en mi clítoris cada vez con más intensidad, hasta que me dejo ir, arrastrándome hacia el clímax. Segundos después, Alex se viene detrás de mí.
Él se desploma en la cama llevándome consigo, manteniéndome en sus brazos hasta que nuestros cuerpos se calman y recuperamos nuestra respiración.
—Sabes cómo se llama lo que acabamos de hacer? —le pregunto, acomodando medio cuerpo a su lado.
— ¿Cómo? —cuestiona con su sonrisa encantadora que, por alguna razón, ya no odio tanto.
—Mañanero argentino. —Comienza a carcajearse.
—En verdad eres una pervertida. De todas formas, me gusta ese nombre; y te puedo asegurar que quiero muchos más "mañaneros argentinos" contigo —exclama; besa mi frente y se levanta, regalándome una vista en primer plano de su esplendoroso culo, para luego desaparecer en la cocina. A mí me agarra una punzada en el pecho. No van a haber muchos más, solo unos cuantos, hasta que me vaya; No tengo que decirlo ahora, él ya lo sabe, seguro habló sin pensar, se dejó llevar por el momento. Sí, fue eso; Estoy segura, habló sin pensar—. Aquí tienes, tu cafeína —me alcanza una taza de café y se sienta a mi lado.
—Gracias.
—¿En qué pensabas? —curiosa, mirándome fijamente a los ojos.
¿Cuándo va a terminar de hacerme sentir así?, tan transparente, cuando me mira de esa manera.
—En nada. ¿Te puedo hacer una pregunta? —Es mi turno de curiosear. Él asiente en silencio con la cabeza, mirándome con curiosidad—. Pero quiero la verdad, y no divagues con tu arrogancia —le aviso.
—Sí, ángel; dime.
— ¿Cómo es que siempre sabías dónde me encontraba? —se queda observándome unos segundos, como si estuviese pensando qué decir—. Y tengo mis dudas de esto que estés hospedado en el mismo hotel que yo...la verdad.
Carraspea, y con eso ya me dijo lo que sospechaba: nada fue casual.
—Bueno... —comienza, toma aire, abre y cierra la boca, hasta que al final habla—. Nuestro encuentro en el aeropuerto fue pura casualidad, eso es verdad; cuando se cayó tu cartera vi el boleto del hotel, yo había reservado en otro hotel, pero... no sé qué me pasó contigo, qué me pasa contigo; Hubo algo en ese momento que no sabía, que todavía no sé bien qué era, qué es exactamente lo que me cautivó. La forma en que te disculpaste, cómo refunfuñabas por tu Tablet rota, la forma en que me miraste cuando alzaste la vista hacia a mí —suspira—... Tenía que estar en el mismo hotel que estabas tú, así que llamé aquí y reservado de última hora; y debo decirte que no fue nada fácil —agrega, mirándome con precaución.
—Bien, ¿y las demás veces que nos vimos?
—La vez que te enojaste porque pagué tu almuerzo, yo había bajado una media hora antes, esperando; no, deseando que bajaras, hasta que te vi pasar por las puertas dobles con esas botas rojas. Mirabas a tu alrededor, pero sin ver; te sentaste, y solo te ocupaste del menú, tu celular y tu amiga, lo demás era como que no existía para ti; entonces... Como en ningún momento me miraste, tenía que hacer algo para llamar tu atención...
—Y se te ocurrió eso de pagar la comida —Asiente.
-Si; Nunca pensé que reaccionarias así, y debo reconocer que me sorprendiste. No lo esperaba...
—¿Qué esperabas?