Maldito Amor
Maldito Amor
Por: Shine Franklin
Prólogo

Prólogo

El amor es un sentimiento tan intenso y poderoso, que puede manejar hasta el más despiadado ser humano. La sociedad, con el paso de los años se encargó de ensuciar algo tan puro y hermoso, estableciendo límites y etiquetas que nada tienen que ver con dicho sentimiento.

Tristemente no elegimos de quién enamorarnos, por qué si tal cosa fuera posible nos ahorraríamos tantos problemas. En primer lugar, no estaría aquí sintiendo que mi alma poco a poco abandona mi cuerpo y este intenso escozor en el centro de mí pecho.

Existen personas que logran ser felices con quienes la sociedad les impone y otras lo son con quién escogen amar. Luego existo yo, una aberración para la sociedad, para la religión, la moral y mi familia. No escogí enamorarme de mi hermanastro, simplemente pasó, fue más fuerte que yo mi consciente. ¿Me arrepiento? No, en lo absoluto, si pudiera retroceder en el tiempo, sin siquiera dudarlo lo volvería a amar.

Un dolor punzante en el centro de mi pecho me devuelve a la realidad, alzo la mirada encontrándome con la fiera mirada de Emrah, el mayor de mis hermanastros y con quien realmente no comparto ningún lazo sanguíneo. El presiona con su pie una y otra vez provocando que me remueva en el piso por el dolor. Sin dudas, él disfruta de este momento y yo por inercia llevo mis manos a mi abultado vientre, él se percata y con furia patea mis manos. Grito, grito con todas mis fuerzas aunque de mis labios solo escapan gemidos lastimeros.

La áspera mano de Erdogan sostiene débilmente la mía, pero ese simple gesto me basta para sentirme en paz y segura, a pesar de ser consciente de que nos estamos muriendo. Ladeo ligeramente el rostro y puedo ver sus ojos pardos casi sin brillo, aún así se las ingenia para desbordar calidez y ternura. Esboza una débil sonrisa a la cual intento corresponder, pero todos mis esfuerzos son en vano.

Mi cuerpo ya no responde a las órdenes de mi cerebro, estoy muriendo lentamente y conmigo se va la vida de nuestro hijo. Me pierdo en su mirada, de esta manera el dolor queda en segundo plano, sin embargo debo presenciar como sus ojos se apagan ante la última patada que le propina nuestro padre, arrojando su cuerpo inerte lejos del mío.

Deseo gritar, llorar, ponerme de pie y despedazar a ese hombre con mis propias manos. La furia corroe mis entrañas y la frustración de no poder hacer nada me asfixia. Me ha arrebatado una vez más a quien más amo. Con mis últimas fuerzas me arrastro lentamente, necesito estar a su lado y mira su rostro por última vez, despedirme por si no nos encontramos en el purgatorio.

Antes de llegar a su lado papá lo impide, se coloca en cuclillas y me toma del cabello inclinando mi cuerpo hacía él. Con una de sus grandes manos me propina una sonora bofetada y mis ojos se empañan con tibias lágrimas.

— ¿Ni siquiera en estas circunstancias te arrepientes de tu pecado, sucia ramera?— Sus ojos pardos destellan furia, desprecio y sus palabras me lastiman un poco más. Se siente decepcionado y honestamente lo entiendo, pero lo que no entiendo es el profundo odio que profesa hacia nosotros.

—Solo... solo me arrepiento... de ser tu hija—. Correspondo a su mirada, aunque a diferencia de él, mis ojos reflejan dolor y cansancio. Ya no tengo fuerzas para pelear, solo quiero cerrar los ojos y olvidar—. Jamás me arrepentiré de amar a Erdogan... Lamento haberte desilusionado...

— ¡Los maldigo, una y mil veces! Jamás podrán ser felices, jamás podrán amarse libremente, siempre deberán amarse a oscuras, en cada una de sus vidas su amor será maldito—. Escupe mi rostro con desprecio desmedido para luego arrojarme al piso, como si de un montón de basura se tratara —. ¡Malditas abominaciones!

—Erdogan... —Mi voz apenas se oye, pero mi garganta se desgarra ante el esfuerzo. Pronunciar su nombre deja un sabor dulce en mis labios y el no recibir respuesta tritura mi maltrecho corazón—. Mi amor... no me dejes... no ahora—. Me ahogo en mi propio llanto y la pesadez en mi pecho es tal que se torna insoportable.

— ¡Cierra la puta boca!— Mi padre grita histérico.

—Acaba conmigo... por favor—. Diviso a unos metros de distancia el cuerpo de mi amado.

—No estas en posición de exigir nada, pero cumpliré tu voluntad—. Ríe con desgano.

Enreda sus gruesos dedos en mis desordenados rizos y con furia levanta mi cabeza para luego azotar esta contra las piedras. Mi cabeza se estrella contra las piedras del piso, de pronto, la voz de mi padre se oye lejana y mi visión se nubla. Desesperada busco la mano de Erdogan, necesito sentirlo por última vez.

Al encontrarla la sostengo débilmente, su mano está fría, tan malditamente fría que me da escalofríos. Él partió antes que yo, por lo que dejo de luchar y permito que el espíritu de la muerte arrebate mi alma.

Cargamos con una maldición, pero sé que si en otra vida nos volvemos a encontrar nos volveremos a amar y una vez más, estaremos dispuestos a luchar contra todo y contra todos...

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