Liam me llevó de regreso a su casa, donde los niños se nos lanzaron encima, llenos de emoción. Hicimos lo posible por ocultarles nuestro ánimo, pero no lo logramos.
—¿Por qué están tristes? —Preguntó Griffon, mirando acusadoramente entre Liam y yo, aún en mis brazos.
No dijimos nada, así que sus ojos se clavaron en los míos como rayos láser.
—¿Qué pasa? ¿Qué dijo el doctor? ¿Mamá está herida? —Preguntó volviéndose hacia Liam.
Suspiré, lo bajé al suelo y me agaché a su altura.
—Cariño, estoy enferma. Pero hay cosas que tu papá y yo necesitamos hablar primero, después les diremos todo. ¿Está bien? —Dije con calma, aunque me sentía todo menos tranquila.
Le había prometido hace mucho que nunca les ocultaría nada. A veces lo disfrazaba con palabras más suaves, pero nunca les mentía. Griffon me miró acusadoramente, y en lugar de responder, se aferró a mi cuello.
Su aroma calmó por un instante mi mente atormentada, hasta que el ruido de un tráiler estacionándose afuera nos interrumpió. Todos