꧁ ALEJANDRO꧂
Valentina abrió los ojos con una lentitud que daba miedo, como si su mirada se desprendiera de otra época. No fue un parpadeo rápido: fue un volver, un regreso que dolía. Lo primero que hizo, con la torpeza de quien busca una costumbre que ya no existe, fue posar la mano en el vientre. Sus dedos buscaron la curvatura que hasta hacía apenas horas había contenido otra vida. No la sintieron. La piel estaba lisa, fría, ajena. Sus manos temblaron, y la mujer altiva y desafiante que tantas veces me había plantado cara, la que sabía decir no con la firmeza de quien domina sus palabras, quedó reducida en segundos a eso puro y visceral: una madre que nota que su cría no está.
—¿Dónde está? —preguntó en un hilo de voz, la palma apoyada sobre la piel ya plana—. ¿Dónde está mi bebé?
La pregunta fue una cuchillada tersa. Tan simple, tan directo, que el mundo entero se volvió ladrillo ante nosotros. Por un segundo perdí la capacidad de moverme. Las palabras se me atragantaron en la gar