꧁ ISABEL ꧂
Cuando por fin salimos del hospital, el aire frío de la mañana me golpeó el rostro con una mezcla de realidad y vértigo. Luna dormía aferrada a mi pecho dentro de la manta rosa, con ese olor tibio a leche y vida nueva que me anclaba a la tierra. Hugo coloca la sillita en el asiento trasero y me guía para ajustar los cinturones diminutos. Mis manos tiemblan. Luna protesta con un quejido y mi corazón se deshace. Nunca pensé que lo primero que haría como madre sería aprender a sujetarla a un arnés. Antes de cerrar, me quedé un segundo mirándola. Era tan pequeña, tan perfecta, tan mía… y sin embargo sentí el miedo latir como un aviso en las costillas.
Me acomodé en el asiento del copiloto. Hugo encendió el motor. El hospital quedó atrás, haciéndose pequeño a través del retrovisor, como si dejara una versión rota de mí misma encerrada allí. El coche se incorporó al tráfico lento de Queens, y la ciudad comenzó a desplegarse frente a mí como un mundo desconocido.
Miré por la venta