꧁ ALEJANDRO꧂
No supe cuándo puse la mano en la palanca de cambios ni cuándo volví a cambiar las marchas; los semáforos se me clavaban en la frente como pequeñas lentes que mostraban fragmentos de una vida que ya no entendía. El aire acondicionado vomitaba una brisa fría que no llegaba a atravesar la fiebre que ardía en mi cabeza. Tenía la sensación de que el mundo se me venía encima en olas sucesivas: primero una, luego otra, siempre la siguiente más alta.
Volví a la clinica sin recordar exactamente cómo salí del coche la primera vez. El eco de pasos ajenos se mezclaba con el pitido de las máquinas. Encontré el modo de caminar sin hacer ruido, como quien llega a un velorio en el que no se admite la furia. Vi la puerta por donde se habían llevado a Valentina: un vidrio empañado por la condensación, la camilla, los cables que brotaban de su cuerpo como raíces artificiales.
—¿Señor Castillo? —dijo una voz que me llamó por el nombre con una mezcla de profesionalidad y tristeza. Era el ciru