꧁ ISABEL ꧂
El silencio de la casa me resultó insoportable. No era un silencio real, sino uno de esos que parecen cargados de ecos invisibles: pasos que no están, voces que se niegan a salir. Cada rincón olía a él, a su colonia cara, a la mezcla de poder y arrogancia que siempre dejaba detrás. Alejandro se había ido como ladrón en la madrugada, sin una nota, sin una palabra, sin siquiera un gesto que me permitiera entender lo que había pasado entre nosotros.
Me odié por la forma en que mi cuerpo aún lo recordaba. Por la manera en que, al cerrar los ojos, podía sentir su respiración marcando mi piel. ¿Qué clase de idiota era yo para extrañarlo después de que me había usado y abandonado como si fuera una cualquiera?
La palabra me golpeó con la fuerza de un bofetón. ¿Eso creía él que yo era? ¿Una mujer a la que él podía poseer cuando el antojo lo llamara, una que ni siquiera necesitaba fingir cariño porque todo estaba pactado en un maldito contrato?
Mi estómago se revolvió y no supe si fu