Porque solo yo elijo mi destino.

Kevin estaba sentado en su oficina, con la mirada fija en el ordenador, cuando unos suaves golpes en la puerta lo hicieron salir de su trance laboral. Alzó la cabeza y se encontró con Aylin, quien entró sonriendo.

—Hola, Kevin —dijo ella.

Frunció ligeramente el ceño, desconcertado, y parpadeó incrédulo al verla sonreír, ya que su semblante siempre mostraba tristeza y parecía desanimada, además de hablar muy poco. Pero eso ahora parecía ser cosa del pasado.

—Aylin, si vienes a interrogarme para saber dónde está Damián, te aseguro que no tengo idea —aseveró él con voz pesada y cansada, anticipándose a un posible interrogatorio.

Aylin negó con la cabeza.

—No, no vengo a interrogarte por eso. Quiero que me acompañes a tomar algo —le propuso, haciendo que él la mirara con incredulidad.

—¿A tomar algo? ¿Damián sabe de esto? —inquirió con escepticismo.

—No, a menos que tú se lo digas. Además, no importa. Él abandonó nuestro hogar, así que ha perdido sus derechos de esposo sobre mí.

—Lo sien
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